Del Tratado de la Vida Espiritual

(Traducción de A.Robles Sierra publicada en su Obras y escritos de San Vicente Ferrer. Valencia 1996, 301-346)

Del estudio

Nadie, por más agudo entendimiento que tenga, debe omitir aquello que le pueda mover a devoción. Es más, todo lo que lee o estudia debe proyectarlo en Cristo, dialogando con El y pidiéndole la inteligencia.

Muchas veces, mientras está estudiando, debe apartar durante un cierto tiempo los ojos del libro y, cerrándolos, esconderse en las llagas de Cristo, y de nuevo volver al libro. Y también frecuentemente debe levantarse de la mesa y, en la celda, dobladas las rodillas, dirigir a Dios alguna breve y encendida oración. O también salir de la celda y pasear por la iglesia, el claustro o el capítulo, dejándose llevar por el impulso del Espíritu. Y, a veces con oración expresa, o callada, implorar el divino auxilio con gemidos y suspiros desde el corazón ferviente, presentando al Altísimo sus buenos propósitos y deseos, reclamando para ello el auxilio de los santos.

Este ejercicio a veces se hace sin salmos y sin ninguna otra oración vocal, aunque a veces ha nacido de ellos, o de algún versículo de un salmo, o de un pasaje de la Sagrada Escritura, o de la vida de algún santo, o también por inspiración íntima de Dios, hallado por el propio deseo o pensamiento.

Pasado este fervor de espíritu, que ordinariamente dura poco, puedes traer a la memoria lo que antes estudiabas en la celda, y entonces se te dará una más clara inteligencia. Hecho lo cual, vuelve otra vez al estudio o a la lección, y de nuevo a la oración, y así has de ir alternando. Pues en esta alternancia hallarás mayor devoción en la oración y una inteligencia más clara en el estudio.

Este fervor en la devoción, después del estudio de la lección, aunque indiferentemente llega en cualquier hora, según se digna otorgarlo, como le place, Aquel que suavemente dispone todas las cosas, sin embargo regularmente suele venir más fuerte después de los Maitines. Por tanto, a primeras horas de la noche vela poco para que, después de Maitines, puedas ocupar todo el tiempo en el estudio y en la oración.

Del modo de predicar y confesar

En las predicaciones y exhortaciones uso un lenguaje sencillo; y en cuanto puedo un estilo familiar para señalar hechos concretos insistiendo con ejemplos, para que cualquier pecador que tenga aquel pecado se sienta aludido como si predicara sólo para él. Pero de tal manera que parezca que las palabras proceden no de un corazón soberbio o indignado, sino más bien de entrañas de caridad y de piedad paterna, como de un padre que se duele de ver pecar a sus hijos, o que están en una grave enfermedad, o caídos en una sima profunda y se esfuerza en sacarlos y los ayuda a liberarse, como una madre; o como quien se alegra de su aprovechamiento y de la gloria que les espera en el Paraíso. Este modo de predicar suele ser provechoso a los oyentes, mientras que hablar abstractamente sobre virtudes y vicios, mueve poco a los que escuchan. Asimismo, en las confesiones, ya alientes a los pusilánimes, ya atemorices a los endurecidos, muestra siempre entrañas de caridad, para que el pecador sienta siempre que tus palabras proceden de la pura caridad. Por tanto, a las palabras punzantes precedan siempre palabras llenas de dulzura y de caridad. Tú, pues, quien quiera que seas, que deseas ser útil a las almas de tus prójimos, primero de todo recurre a Dios de todo corazón y suplícale siempre en tus oraciones que se digne infundir en ti aquella caridad, compendio de todas las virtudes, por la que puedas llevar a cabo lo que deseas.

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