Con vuestra venia Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas, Ilma Sra. Dª Sela Falcó Pitarch
Excmo. Sr. D. Javier Cabeza Taberné
Ilmo. Sr. D. Francisco Lledó Aucejo, Presidente de la Junta Central Vicentina.
Rvdo. D. José Ignacio Llópez Guaps
Junta Central Vicentina.
Presidentes y Clavarios Mayores de las distintas Asociaciones y Altares Vicentinos.
Fallera Mayor de Valencia
Autoridades Civiles y Militares
Vicentinos
Señoras y señores
Buenas noches
I com deia Sant Vicent Ferrer… Bona gent.
En primer lugar me van a permitir que agradezca a la Junta Central Vicentina y a su presidente y amigo Francisco Lledó la responsabilidad y la confianza que han depositado en mí como mantenedor en este acto de exaltación. Confianza de la que espero ser humilde merecedor.
La primera vez que estuve en Nueva York, hace ya muchos años, yo era un joven turista más, que, boquiabierto, paseaba por la capital del mundo. Entre las miles de cosas que llamaban mi atención me chocó especialmente una iglesia de estilo gótico que se levantaba en la esquina de la Avenida de Lexington con la calle 66. Aquel edificio podía haber pasado por cualquier iglesia europea, pero rodeada de rascacielos de acero y cristal, en pleno corazón de Manhattan, era casi un faro –un poco anacrónico quizá– aunque irresistible. Justo en aquel momento alguien salió de su interior y aproveché la ocasión para entrar a echar un vistazo.
¿Y saben ustedes quién estaba allí? Justo a mano derecha, nada más entrar, la imagen policromada de un monje dominico, con su hábito blanco y negro, dando la bienvenida a los visitantes.
Era –y es– San Vicente Ferrer.
Debo confesar que lo reconocí gracias a uno de sus gestos más populares, «el ditet en alt» y, sobre todo, no voy a negarlo, a la Reial Senyera que tenía a su espalda.
Fue como encontrarse con un viejo amigo al que no has visto durante décadas y con el que solo te hacen falta cinco minutos de charla para recuperar la complicidad y la confianza de antaño. Allí, a miles de kilómetros de casa, me nació un espontáneo: «Xè, què fa voste ací», como si me hubiera topado con algún conocido de mi pueblo natal. Luego pensé que, en realidad, el visitante era yo y que Sant Vicent estaba en su casa, allá en Nueva York, tan en su casa como cuando está aquí en Valencia.
Cuando me plantearon ser el mantenedor de este acto de Exaltación de Sela Falcó Pitarch como Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas de este año, recordé inmediatamente aquel momento y pensé que lo más fascinante de San Vicente Ferrer es, precisamente, su presencia en todos nosotros, los valencianos, como parte integrante de nuestra manera de ser y de nuestra manera de vivir la vida, a la vez que es una presencia universal tan familiar y tan normal en la plaza del Mercado de Valencia como en la avenida Lexington de Nueva York.
Después supe que aquella iglesia, construida en 1918 es, además, la sede de la prefectura superior de la Orden de los Dominicos en Estados Unidos y que, como no podía ser de otra manera, está bajo la advocación del, probablemente, valenciano más universal de todos los tiempos.
Que en el centro de Nueva York haya una imagen de San Vicente Ferrer es la mejor prueba de que estamos hablando de uno de los más grandes personajes de la Historia y digo esto porque su recuerdo y su magisterio ha superado, desde mi punto de vista, la prueba más dura de todas: la del tiempo.
Y es que, el tiempo es, para casi todos los problemas y circunstancias que podamos imaginar, el mejor juez.
Aquellas cosas que resisten el paso de los años, incluso de los siglos, sin que pierdan su esencia son las que realmente merecen la pena. Y, por ello, resulta sencillamente asombroso comprobar como su figura ha conseguido cruzar océanos de tiempo y estar tan vivo más de medio milenio después de su muerte y, además, con una herencia tan rica y tan variada.
Habrá quien me diga que la santidad, qué duda cabe, ayuda en una tarea como esta, pero incluso entre los bienaventurados –si se me permite la licencia– hay santos y santos. Entre los santificados por la Iglesia Católica puestos como ejemplo para nosotros los cristianos, hay pocos con el palmarés de San Vicente. Repasando su hagiografía sorprende comprobar que en su proceso de canonización se ratificaron más de 800 milagros realizados directamente por él o gracias a su intercesión.
Si hubiera una especie de pódium en el santoral, que no lo hay, nuestro San Vicente estaría entre los primeros.
Con todo, su figura resulta igual de interesante en su dimensión humana e histórica porque estoy convencido de que pocos, muy pocos valencianos, han alcanzado las cotas de universalidad del Pare Vicent –como se le conocía en su época– y que lo ha hecho, a la vez, tan nuestro como valencianos y tan del resto del mundo.
I tot això ho va fer, fa ja sis segles, parlant la nostra llengua. Parlant valenciá.
El Pare Vicent va aconseguir trencar les barreres dels anys i de les distàncies. Però també va ser un home de la seua época. Un home, com dia, de la seua època, pero en els problemes d’aquell momento.
Ara ens queixem dels temps que ens han tocat viure però, si pensem un moment en l’època de Sant Vicent, podem comprovar que les coses sempre poden ser encara pitjors.
L’Europa dels segles XIV i XV tenia grans dificultats. Era un continent desagnat per les guerres, mermat per la Pesta Negra i, des del punt de vista polític, agobiat perquè una de les institucions més importants, el Papat, estava trencat per l’anomenat Cisma d’Occident quan, en un determinat moment, la Cristiandat va tindre fins a tres papes.
Ací, a la Península Ibèrica, les coses no anaven millor. Al Regne d’Aragó, la mort de Martí l’Humà sense descendència va abocar al regne al bord d’una guerra civil de la que ja s’havien viscut alguns episodis violents com els que va patir el Regne de València en les lluites entre els Centelles i els Vilaraguts.
En un i l’altre conflicte va prendre part el Pare Vicent i si vull posar l’accent en estos dos moments de la seua vida és ademés de pel respete intelectual i religíos, per pura simpatia personal perquè, en els dos assumptes, Sant Vicent Ferrer va ser un polític, un parlamentari i també un portaveu, i entendran vostés que quan el que parla sent les paraules «polític», «parlamentari» i «portaveu» totes juntes, s’ha de donar per al·ludit i ha d’intentar traure algun ensenyament de la Història, per si pot aprofitar alguna coseta.
En el primer dels problemes, el Cisma d’Occident, el Pare Vicent no va tindre sort, però va donar tota una lliçó de com la Política ha de ser l’art de buscar, sobre tot, el benefici de la majoria. Tot i que era amic personal del Papa Lluna, Benet XIII, Sant Vicent va posar davant el be comú de la Cristiandat a les seues preferències personals. Tot i que no va poder convèncer al aragonés de que deixara la tiara papal, la seua acció encara em sembla un poquet més admirable ja que Sant Vicent va renunciar a poder i fama en la Cort Papal d’Avinyó perquè pensava que lo correcte i lo beneficiós per a tots era la unitat al voltant del Papa de Roma.
Ja dic que no ho va aconseguir, però va ser el primer en intentar-ho. I d’esta lliçó de Història deuríem d’aprendre els polítics del segle XXI a l’hora de no tindre por en enfrontar els problemes i pendre decissions difícils, incomprendides moltes vegades i que tenen un cost polític i personal, però que son necesàries si allò que busquem és el benefici de tots.
L’altre assumpte encara va tindre més importància per al devenir històric posterior, com molt bé documenta el seu germá Bonifaci Ferrer, que també va ser compromisari a Casp, representant a València.
Martí l’Humà havia mort sense fills i els regnes d’Aragó, entre d’ells el valencià, necessitaven un nou rei. A Casp, en Saragossa, el 24 de juny de 1412, a l’escalinata de la Colegiata de Santa Maria la Major, el Pare Vicent, com portaveu dels 9 compromisaris dels regnes d’Aragó i València i el Principat de Catalunya, proclamava a Ferran d’Antequera com a nou rei, de entré tots els candidats.
Es tancaven aixína anys de discussió, però també de violència que si no va anar a mes va ser per la voluntat dels protagonistes d’aquell episodi de intentar arribar a un acord per la via del diàleg i dels vots.
La unidad de los reinos de España bajo una misma corona aún tardaria casi un siglo más en hacerse realidad en el biznieto del nuevo rey, que también se llamará Fernando y al que nosotros conoceremos como el Católico.
Con todo, el Compromiso de Caspe fue una de las primeras bases que se cimentaron para la construcción del edificio de Historia, Cultura y Convivencia que hoy es España y que algunos, irresponsablemente, quieren romper sin más argumentos que la mentira, la manipulación y el enfrentamiento, cuando fue precisamente un pacto y el diálogo lo que hizo posible que se iniciase el camino.
Y en aquel momento trascendental estuvo, con un papel protagonista, nuestro San Vicente Ferrer.
España y Europa. Sólo con pronunciar estos dos nombres propios en voz alta se nos llena la cabeza de problemas que necesitan soluciones. Pero también de realidades históricas y culturales que, después de mil tribulaciones, nos han traído los mejores años de paz, prosperidad y libertad.
Sólo hay que echar un vistazo a la tormentosa historia del siglo XX tanto española como europea para entender mejor lo que estoy diciendo. Tanto España como Europa, desde su perspectiva histórica, fueron importantes para San Vicente Ferrer como lo demuestran sus innumerables viajes de predicación apostólica y, sobre todo, uno de sus milagros más populares: el celebérrimo don de lenguas que le permitía hacerse entender por todo el mundo hablando valenciano. Tanto la unidad espiritual de Europa como la unidad política de España (con sus peculiaridades, sin duda) fueron preocupaciones de San Vicente Ferrer hace más de seis siglos y casi causa cierto bochorno comprobar como algunos aún quieren meterse en barrizales que ya se debían haber superado hace tiempo.
Resulta fascinante comprobar como la idea de Europa y la idea de España ya estaban en la mente y en la obra de San Vicente Ferrer hace más de seiscientos años. Quiero creer que no fue casualidad que la muerte le pillara en la Bretaña francesa y, por mal que nos sepa, que sus huesos descansen en la catedral de Vannes. San Vicente, queridas amigas y amigos, ya no nos pertenece en exclusiva. Eso es lo que tiene la universalidad.
Pero, no obstant, podem proclamar, en orgull, que va nàixer a esta ciutat; que va ensenyar Teologia i Filosofia dintre d’estos mateixos murs del Convent dels Dominics on estem esta vesprada celebrant l’exaltació de Sela Falcó Pitarch com Honorable Clavariesa de les Festes Vicentines i que va parlar de Dèu i de pau a tota l’Europa del seu temps en valencià. Que és venerat des d’Asia a América.
Però ja no és nostre.
O ja no és només nostre.
Sant Vicent Ferrer és del mon.
En tota raó escrivía al diari ABC en 1926 el filòsof català Eugeni d’Ors que Sant Vicent Ferrer «no només es reia de les llengües sinò que es reia també de les frontreres per a fer-se l’enemic d’Hermes, el patró dels límits i l’enemic de Babilònia, mare de les algarabíes».
No nos pertenece en exclusiva, pero si nos debemos a él plenamente.
Los valencianos, como herederos directos de San Vicente, sí tenemos una responsabilidad especial en el cuidado de su legado. Y, sin vosotros queridos amigos vicentinos, no creo que fuéramos capaces de hacerlo.
Con el discurrir de los años, las fiestas vicentinas, con sus altares y las representaciones infantiles de sus miracles, han mantenido viva la llama de su herencia. Son fiestas –bien lo sabéis– breves. Pero, no por ello son menos importantes que otras que tienen una mayor duración o que son más espectaculares en su ejecución, pues estamos hablando de unas fiestas, de una celebración que nos reafirma en nuestra lengua, nuestra historia, nuestra costumbre y nuestra fe.
Como han podido comprobar, he hecho especial hincapié en el carácter universal de San Vicente Ferrer.
Podríamos, incluso, ponerlo en un contexto moderno y decir de él que fue un adelantado a su tiempo, quizá uno de los primeros europeos conscientes de serlo y, sobre todo, un agente avant-la-lettre de lo que hoy llamamos «globalización»
La globalización es un fenómeno tan complejo como fascinante.
Estoy seguro de que si San Vicente Ferrer viviera en nuestra época, tendría un canal de Youtube y una cuenta de Twitter, y nos llamaría a todos a utilizarlos!!!
Pero, bromas a parte, la globalización tiene también, en mi opinión, un efecto perverso y es el de la «igualización», si se me permite inventarme una palabra que, seguro, no está en el diccionario.
Me explicaré.
Esta igualización –que nos puede y nos debe enriquecer– también lleva consigo el riesgo de anular nuestra identidad y nuestra cultura. Y, por ese motivo, las fiestas, nuestras fiestas como las vicentinas, son tan importantes.
En medio de la vorágine del mundo moderno, con sus rapidísimas comunicaciones y su homogeneización cultural y social, las fiestas vicentinas de la ciudad de Valencia –que tan dignamente organizáis y representáis– son un magnífico paréntesis para recordar quiénes somos, de dónde venimos y, por tanto, a dónde vamos.
La instalación de los altares y, sobre todo, la representación dels miracles por niños que hablan la misma lengua con la que Sant Vicent Ferrer enseñó a las multitudes de toda Europa son elementos que nos permiten amarrar bien nuestras raíces y, por tanto, a nosotros mismos, y por otra parte, reconocerlos como un Bien de Interés Cultural.
Interés cultural que día a día desde vuestros llars, todos los altares, y no solo los de la ciudad de Valencia, defendéis en vuestras representaciones y en los trabajos históricos, que magníficamente documentados, desarrolláis en vuestras publicaciones.
En estos tiempos oscuros donde todo se quiere poner en cuestión (a veces, de manera irresponsable) San Vicente Ferrer es un ancla en la fe que vosotros, vicentinos y el pueblo valenciano, mantenéis bien firme para resistir mil marejadas.
Por todo ello, bona gent, gracias.
Gracias Sela, por ser la representante de una fiesta que tiene mucha importancia por todas las razones que hemos expuesto aquí esta tarde.
Sela sabe bien de lo que hablo porque su trayectoria y su compromiso con nuestras tradiciones admite poca discusión.
Ella es una amante de las fiestas y tradiciones valencianas. Su relación con el mundo vicentino comenzó por razón de nacimiento en el Altar del Mercado de Colón aunque ha estado vinculada con otros altares de la fiesta.
Ha sido «Dama» de la Regina dels Jocs Florals de Lo Rat Penat.
Y además es también fallera desde hace muchos años de una de las comisiones con más solera y tradición de la ciudad como es la de Grabador Esteve-Cirilo Amorós.
Es secretaria de Economía de la Junta Central Fallera y vicepresidenta primera de la Agrupación de Fallas Gran Vía.
Sela cree, siente y vive nuestras tradiciones. Sus ojos se iluminan con las representaciones de los altares; su corazón se dispara con cada mascletà; sus pies se diría que caminan solos en cada Ofrenda a la Virgen…
Sentimientos todos ellos que comparte con su marido, José Boix, lo que sin duda facilita la dinámica familiar… Vivir en familia nuestras fiestas y nuestras tradiciones garantiza su pervivencia.
Pero es que Sela no entiende otra forma de vivir nuestras fiestas, si no es en cuerpo y alma. Y piensa que así es como tenemos que transmitir las muestras de nuestra cultura milenaria a nuestros niños y jóvenes. Hacer que forme parte de su día a día. Que disfruten del presente de nuestras tradiciones y trabajen ya por un futuro lleno de esplendor de nuestra fiesta.
Como en el resto de facetas de su vida, en el plano más humano, cuando se implica con una iniciativa le pone toda la pasión, toda la ilusión, toda la dedicación, toda la voluntad … y así lo ha hecho en Asindown. Por eso fue la primera mujer en recibir el premio Paul Harris del Club Rotario Valencia Centro, como recocimiento a su apoyo a programas humanitarios y educativos.
Altruista, voluntariosa y trabajadora… Y siempre, siempre, con una sonrisa que ilumina su precioso rostro.
No se rinde nunca. Sela siempre quiere ayudar, a las personas y a la fiestas, buscando soluciones a los problemas, proponiendo iniciativas, en algunos casos, como ella dice rompedoras, pero que yo tildaría sobre todo de valientes.
Porque eso es Sela. Una valenciana valiente, con un corazón recubierto de sensibilidad, disponibilidad y vocación de servicio a los demás.
Con semejante currículo, la tradición y el esplendor de las celebraciones de este año, Sela, están en buenas manos: las tuyas.
La medalla que se t’entrega hui és el símbol d’un reconeiximent però també és una antorxa que han dut, abans que tu, moltes clavarieses que han mantés viva la flama del culte a Sant Vicent Ferrer i, en ell, una part importantísima de valencianía universal que, al contrari del que puga parèixer, no és una contradicció perquè es pot ser valencià i universal o, millor dit, no hi ha millor manera de ser un ciutadà del món –com ho va ser Sant Vicent Ferrer– que sent valencià.
Gràcies de nou, Sela, per asumir la veu d’un poble en una manifestació genuïna, popular i religiosa que s’ha mantés viva des de fa segles.
El mateix Sant Vicent, al seu llit de mort, va proclamar que «tot i que no vixca en este mon, jo sempre seré fill de València».
Sela, com representant enguany de tots els vicentins, es digna filla de València, de les seues tradicions, de les seues costums i de la seua manera de vore la vida.
Gràcies, de veres, per l’oportunitat que m’han donat de parlar hui davant de vostés. Moltes Gracies i bona nit.
Vixca València i Vixca Sant Vicent Ferrer.