Carmen de Rosa Torner, Honorable Clavariesa 2015

carmenderosa

Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas, Ilma. Sra. Dª Carmen de Rosa Torner.

Excmo. Sr. D. Juan Montenegro Álvarez de Tejada (General de Brigada).

Ilmo. Sr. D. Francisco Lledó Aucejo, Presidente de la Junta Central Vicentina

Rvdo. Sr. José Ignacio Llópez Guasp, Clavario Director del Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer.

Excelentísimas e ilustrísimas autoridades civiles y militares.

Señoras y señores:

Fa unes semanes, en la celebracio del centenari de la Real Academia de Cultura Valenciana, en la Llotja, tingué l’oportunitat de coneixer a un ingenier de camins que es tambe alféres de naviu aixina com membre agregat de la Seccio d’Historia de l’entitat valencianista, Juan José Esteban Garrido, i parlant en ell sobre la peculiar relacio de Valencia en el mar me posà en antecedents d’un personage historic, Diego Ramírez de Arellano, un mari espanyol del segle XVII que aplegà a alcançar el carrec academicament mes rellevant en materia naval d’aquella Espanya imperial, la per aquell llavors primera potencia del mon.

Diego Ramírez fon pilot major o cosmograf major de la Casa de Contractacio –nom en el que se coneixia a l’organisme que centralisava el poder maritim espanyol- i en els seus coneiximents i l’aplicacio dels mateixos a les cartes de navegacio, les heroiques singladures de fa cuatre segles foren un poc mes segures, al proporcionar als marins metodes i procediments per a coneixer en exactitut la seua localisacio i d’esta manera poder traçar rutes que no els alluntaren innecessariament del seu desti, lo qual era casi un milacre en unes embarcacions de fusta que se movien gracies al vent.

Tot aço, ho reconec, yo no ho sabia fins eixe dia, pero sobre tot ignorava un element fonamental en esta historia: Diego Ramírez de Arellano era valencià, de Xàtiva per mes senyes, setabense, lo qual, com vaig comentar en eixe moment, te molt de merit, un valencià d’interior convertit en tot un llop de mar. Com senyalava recentment Esteban Garrido en una conferencia sobre el personage, “nos encontramos ante el más brillante y erudito navegante que dio España hasta el primer cuarto del siglo XVII”.

Para añadir: “A todos nos suenan el pirata Drake o el capitán Cook, mientras nuestros marinos más portentosos yacen olvidados en los anaqueles, sin merecer un renglón, una serie, un programa, un minuto…”.

Unos días después de aquel encuentro y de enterarme de la existencia de Diego Ramírez de Arellano, descubrí en un periódico madrileño (me resisto a llamarlos nacionales) una crónica acerca de Rafael Guastavino, un arquitecto nacido en Valencia en 1842 y cuya obra se desarrolló principalmente en ciudades de Estados Unidos, hasta el punto de que es considerado como el arquitecto de Nueva York, lo mismo que Gaudí es el arquitecto de Barcelona y tal vez dentro de cien años se afirme que Calatrava es el arquitecto de Valencia. Guastavino se formó en Barcelona y, como digo, cruzó el océano para trabajar en un inmenso país entonces en acelerada expansión que ofrecía enormes oportunidades para un joven profesional con talento y ganas de trabajar. Se le considera el padre de lo que se ha dado en llamar, Dios sabe cómo y por qué, ‘bóveda catalana’, un sistema de construcción que él patentó y que permite edificar grandes bóvedas con ladrillo y cemento. Pues bien, su lugar de nacimiento, las influencias que sin duda debió de recibir durante sus primeros años de vida, no fueron considerados por el autor de la crónica, que en ningún momento citó la procedencia valenciana de Guastavino. No es la primera vez que algo así ocurre y, de hecho, una exposición sobre su figura fue recientemente patrocinada por el Institut d’Estudis Catalans. Podría seguir con otros muchos ejemplos. Podría citar a Luis de Santángel, el judío valenciano que financió la mayor gesta española de todos los tiempos, el descubrimiento de América, el hombre que creyendo en las posibilidades de lo que para muchos no era más que una loca aventura abocada al fracaso, convenció a los Reyes católicos para que aceptaran las condiciones económicas impuestas por Colón, asegurando con su propia fortuna la parte que correspondía aportar a la Corona, y permitiendo, en fin, que la Pinta, la Niña y la Santa María zarparan del puerto de Palos un 3 de agosto de 1492 con 90 hombres a bordo. O podría citar a los dos Papas valencianos, Calixto III y Alejandro VI, y recordar que España tan sólo ha tenido tres o cuatro Papas, según la fuente que se consulte y que considera como tal o no a Benedicto XIII, y de estos cuatro, dos han sido valencianos. O también podría rememorar las primeras letras de cambio utilizadas en Europa occidental, en la Taula de Canvis i Depósits de la Ciutat de València. O la primera obra literaria impresa en España, en lengua valenciana, Obres e troves en lahors de la Verge María. Y ya puestos, y con la velocidad de crucero, acabar hablando de un hombre bueno, santo, culto, integrador y política y socialmente comprometido con su tiempo, Vicente Ferrer, Sant Vicent Ferrer, nuestro santo, el hombre, al fin y al cabo, por el que esta tarde estamos aquí reunidos.

Sí, no me he olvidado del motivo de este acto. Porque claro, igual ustedes se están preguntando qué tiene que ver Sant Vicent Ferrer con Diego Ramírez de Arellano, con Rafael Guastavino o con Luis de Santángel, con los Papas valencianos, la primera letra de cambio o la primera obra literaria impresa en España. Pues verán, yo creo que tiene mucho que ver, más allá de que, obviamente, todo esto es valenciano. ¿Cuántos valencianos conocen la historia y los méritos del marino setabense? ¿Cuántos ignoran que sin la participación de un valenciano tal vez el Descubrimiento de América habría sido un logro de Francia y no de España? ¿Cómo es posible que un periódico ignore que Guastavino, el arquitecto de Nueva York, nació en Valencia? Y por último, y ahí es a donde quería llegar, ¿cómo es posible que en la ciudad que vio nacer a Sant Vicent Ferrer la Universitat por la que él luchó no se atreva a celebrar un homenaje a uno de los valencianos más universales que ha dado nuestra tierra a lo largo de toda su historia?

Yo creo que tiene mucho que ver con la autoestima, ese concepto del que los valencianos, en su conjunto, andamos un poco escasos. No son tiempos fáciles para ser valenciano, tal vez nunca lo ha sido, arrinconados, es un decir, entre dos potencias -Madrid y Cataluña- que siempre han mirado hacia Valencia como tierra de promisión, como algo suyo, de su pertenencia, no como un territorio con personalidad propia que siempre ha sabido defender sus valores y sus señas de identidad con lealtad a España, sin desafíos insolidarios. Tal vez muchos de esos valencianos que no conocen a Diego Ramírez o a Guastavino ignoren que en los duros años de la posguerra y la autarquía, prácticamente las únicas divisas que entraban en España eran las procedentes de las ventas de la naranja valenciana en el exterior, gracias a empresarios emprendedores que salvaron fronteras reales e idiomáticas para abrir nuevos mercados. Pero claro, para tener autoestima hay que tener un cierto conocimiento de las cosas. Uno sólo puede conocer a Guastavino si alguien le enseña quién fue Guastavino y si le explica que nació en Valencia, aunque luego se marchó a estudiar fuera, pero que sus raíces valencianas se muestran de forma evidente cuando se contempla su obra. ¿Y qué conocimiento cabe esperar de una sociedad o en una sociedad en la que una de sus universidades, la más antigua de todas, excluye a uno de sus fundadores, lo arrincona y hasta lo expulsa sucumbiendo a las presiones de los más radicales y violentos, de aquellos que pretenden colgar el cartel de apestados a los valencianos que se declaran católicos? Lo ocurrido recientemente en Valencia con el boicot al homenaje a Sant Vicent Ferrer sería impensable en muchas otras ciudades y comunidades de esta España plural del siglo XXI. Nadie osa poner en cuestión la Semana Santa en Sevilla y cuando lo hace tiene inmediatamente que rectificar y pedir disculpas ante el escándalo que se organiza. Tradiciones, personajes, fiestas, costumbres son, en otras partes de la geografía nacional, motivos de unión, de defensa de lo común, de exaltación de lo propio. Aquí, sin embargo, nos empeñamos con frecuencia, por no decir a diario, en encontrar argumentos para el enfrentamiento a partir de asuntos como las Fallas, Calatrava, la Fórmula 1, el Valencia C.F., el Palau de les Arts, el IVAM y, desgraciadamente, hasta el mismísimo Sant Vicent Ferrer.

La culpa, dicen, es de nuestro meninfotisme, de nuestra manera de ser, de ese carácter mediterráneo, festivo y barroco, amante de lo efímero, que se expresa en toda su intensidad en esas construcciones imposibles llamadas Fallas que se consumen en el fuego de la cremà para incredulidad de los que nos visitan, que no acaban nunca de comprender cómo podemos quemar algo que ha costado tanto de hacer. Estén tranquilos, estate tranquila, Carmen, que no he venido aquí esta tarde a proponer que no se quemen las Fallas, nada más lejos de mi intención. Pero sí que me gustaría que a partir de lo sucedido hace unos meses con nuestro santo, a partir del boicot sufrido por Sant Vicent Ferrer en la Universitat, reflexionáramos acerca del valencianismo que tenemos y el que queremos o podemos aspirar a tener. Hace unos años, un político valenciano me habló de una diferencia esencial, el valencianismo de los hechos frente al de los sentimientos. Durante décadas hemos sido muy aficionados a este último, a darnos golpes de pecho, a proclamar a los cuatro vientos y a ser posible con grandes voces y aspavientos, nuestra valencianía, en fiestas, eventos y acontecimientos sociales donde esas demostraciones de fervor son bien vistas y hasta dan cierto pedigrí al que las realiza en la plaza pública, delante de todos, para que se note. Pero ahora, los tiempos, la realidad que nos ha tocado vivir y la propia situación de Valencia, exige otra forma de valencianismo, un valencianismo de los hechos, de las cosas concretas, de los pequeños detalles, de la defensa auténtica de nuestros grandes hombres, como Diego Ramírez de Arellano, Rafael Guastavino, Luis de Santángel o, por supuesto, Sant Vicent Ferrer.

Esa defensa debe hacerse desde el conocimiento auténtico, no desde el dogmatismo ni desde apriorismos excluyentes como el que aplicó la Universitat haciendo caso a los más sectarios entre los sectarios en lugar de escuchar la voz de expertos que han buceado en la historia del santo y no sólo han encontrado una vida entregada a Dios y a sus prójimos sino una obra fecunda en lo literario, en lo político y en lo social, una persona atenta a los acontecimientos y que hacía lo posible por influir en ellos, un religioso que tal y como ahora reclama el Papa Francisco trataba por todos los medios de sacar la Iglesia a la calle, de hacerla presente en la vida de los demás y, sobre todo, en la de los más necesitados.

Si viajaran, si no vivieran encerrados en su urna de cristal, ajenos a todo lo que no les da la razón, su razón, ciegos y sordos a lo ajeno, insensibles ante los matices, ante la diferencia, habrían podido ver las huellas de Sant Vicent en media Europa y hasta en el mismo Nueva York, qué curioso, el de Guastavino. En realidad, la iconografía vicentina se extiende por los cinco continentes y es posible encontrar imágenes del santo valenciano en el Museo del Prado o el Congreso de los Diputados, o en templos y conventos de Filipinas, la República Checa, Francia, Italia, Alemania, Argentina…, Es el resultado de una vida de predicador, de hacedor de encuentros entre culturas, entre diferentes, de aproximación, de consenso, de diálogo, Para para todo eso, como digo, hay que viajar, leer, tener inquietud por saber.

El conocimiento, la autoestima, el cuidado de lo pequeño, la atención a lo más cercano. No hablo de grandes obras, de proyectos gigantescos e inabarcables, sino de implicarse en lo que nos rodea, de fomentar la cultura, de participar en asociaciones y entidades que ayudan a tejer el entramado social, que crean una tupida red de relaciones, que enriquecen al conjunto de la ciudadanía. Se dice, a veces, y yo mismo lo he repetido, que la sociedad valenciana está desestructurada pero lo cierto es que tenemos cientos de comisiones falleras o cientos de bandas de música, y eso también es sociedad civil. Construir Valencia, hacer valencianismo, se puede hacer a partir de la pertenencia a una falla, desde el fervor a Sant Vicent o desde la promoción de una entidad cultural más que centenaria, como el Ateneo Mercantil. Es lo que intenta todos los días la honorable clavariesa, Carmen de Rosa, fallera, vicentina, presidenta del Ateneo. Desde su presidencia, la institución ha cobrado una nueva vida, se ha abierto a la sociedad, se ha convertido en un centro de cultura y debate. Esto es lo que pretendía explicarles, que no hace falta soñar con proyectos megalomaníacos sino que es preferible atender lo que tenemos, lo que está ahí y siempre ha estado, prestigiarlo, creérnoslo, fomentarlo, enseñarlo, recuperar a los Diego Ramírez, a los Guastavino y a los Santángel, conocer y defender a Sant Vicent Ferrer, aprender de él, de su capacidad de concordia y entendimiento.

No mos enganyem, no obstant, no pensem que l’exclusio de Sant Vicent a l’Universitat es un assunt que te que vore unicament en nostres problemes de vertebració social o d’autoestima sino que tambe guarda intima relacio en eixa moda perversa que s’ha implantat en alguns sectors de la societat i de la politica i que es diu llaïcisme agressiu. Confonen els seus promotors la necessaria separacio entre l’Esglesia i l’Estat en el desconeiximent i el rebug a tot lo que te que vore en la religio, en la religio catolica, per supost, que en atres confessions sí que guarden les formes encara que a soles siga per por.

Religiositat, familia, proximitat, normalitat, falles, Sant Vicent, Ateneu, son paraules que poden servir per a definir la personalitat i la vida de Carmen de Rosa, l’honorable clavariesa d’enguany, conceptes que mos acosten a una valenciana que eixercix i practica el valencianisme del que els he parlat, el dels fets, el de les coses xicotetes, el de la defensa de lo que tenim a nostre alcanç. Espere no haver-los cansat.

¡Vixca Valencia!

¡¡Vixca Sant Vicent Ferrer!!

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