Encarna Mestre Teodoro, Honorable Clavariesa 2012

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Discurso pronunciado por Félix Crespo Hellín, con motivo de la Exaltación de la Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas 2012

Ilma. Sra. Dª Encarna Mestre Teodoro, Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas.

Excmo. Sr. D. Rafael Comas Abad, General Jefe del Cuartel Terrestre de Altar Disponibilidad.

Ilmo. Sr. D. Francisco Lledó Aucejo, Presidente de la Junta Central Vicentina.

Rvdo. D. José Ignacio Llópez Guasp, Clavario Director del Colegio Imperial Niños Huérfanos San Vicente Ferrer.

Excmo. Sr. D. Fernando de Rosa Torner, Vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial.

Excmas. e Ilmas. Autoridades civiles y militares. Junta Central Vicentina. Presidentes. Clavarios Mayores. Vicentinos. Bona gent.

Imaginen la voz de un chiquillo, de un niño, de una pequeña, de un “xiquet del miracle”, diciendo al final de una de las clásicas y entrañables representaciones “dels miracles” que pueden verse en nuestras calles y plazas cada año, diciendo con su voz chillona: “La bendició, pare meu, la bendició…!!!”

Y contestarle el niño que representaba a San Vicente: “Yo os la done en gran plaer”.

Y al grito de “tota la gent del poble”, dando como finalizada la representación, poder escuchar de sus voces estridentes y desordenadas… “¡Vixca San Vicent Ferrer, Vixca San Vicent Ferrer…!!!”, para entonces fijarnos que quedaba una frase por decir y que correspondía al xiquet que hacia de San Vicent… “No, no, qu’es hòme. ¡Gloria a Deu sempre!”.

Una simple representación teatral, una simple puesta en escena por niños que apenas tienen edad para entender y alcanzar el mensaje que chillan, puede convertirse en la mejor y mayor lección que alguien pueda darnos sobre lo que fue y significó San Vicente Ferrer en nuestras vidas y en la doctrina de la Iglesia. Quién nos iba a decir que estos pequeños grupos de niños, auténticos “alma mater” y razón de ser de los Altares, se convertirían con el tiempo en los mejores evangelizadores y propagadores de la vida y obra de nuestro santo.

Yo, evidentemente no soy niño de miracle, ni puedo representaros hoy ninguno de los muchos ejemplos de entrega y santidad que cada año ponen en escena los más pequeños de esta querida fiesta en honor al Santo Patrón. Pero trataré de acercaros unas humildes reflexiones que sirvan para admirar, un poco más si cabe, la figura de tan insigne valenciano.

Dicen que San Vicente predicaba, desde un improvisado púlpito donde iniciaba su sermón con la señal de la Cruz, presentando el discurso con una frase breve tomada de la Sagrada Escritura, como enunciando el tema. Continuaba con la llamada al auditorio con su cálido y reconfortante …“Bona Gent”, y tras dos o tres horas de palabras ardientes, con preguntas y reflexiones, de citas y recomendaciones, terminaba con el rezo del Ave María, dejando siempre tras de sí una estela de bien, de paz y de gracia, prosiguiendo su camino hacia otro lugar donde era esperado.

Es evidente que hoy no debe preocuparse nadie; no voy a estar dos o tres horas de discurso –ni mucho menos-, aunque mis palabras se asemejan bastante a un sermón, dicho sea con la debida humildad.

Ahora bien, sí que me gustaría haceros algunas reflexiones cómo os decía antes, en un día tan importante como hoy en el que se juntan todos aquellos hombres y mujeres de bien que se consideran y se sienten “vicentinos” para exaltar a su Clavariesa, en este recogido y evocador marco del antiguo Convento de los Dominicos en Valencia.

Pensamientos e interioridades que, como todos sabéis bien, estarán impregnados inevitablemente de éste tiempo que he compartido con vosotros desde la responsabilidad del cargo que he tenido el honor de ostentar. He estado ocho años al frente de la Junta Central Vicentina, lo que considero un honor inmerecido, pues ese puesto sólo me viene concedido por gracia de mi designación como Concejal de Fiestas de la ciudad de Valencia. Un cargo que bien sabéis he dejado con nostalgia, por cuanto me devuelve al papel que originariamente tenía, de ser y sentirme un “vicentino” más como vosotros, anónimo, humilde, sencillo, pero con la riqueza a mis espaldas de la vivencia sincera, amable, comprometida y ejemplarizante que me habéis dado cada uno de vosotros a lo largo de este tiempo. Por eso os doy las gracias a todos porque me llevo riqueza espiritual, esfuerzo por el trabajo y una fe acrecentada en nuestro querido San Vicente Ferrer.

Por eso, hoy sólo puedo atreverme a pediros un gesto más, pero no hacia mi persona, sino hacia mi compañero y amigo, y nuevo Presidente, Francisco Lledó, para que le brindéis el mismo afecto y cariño que me habéis entregado a mí, fórmula que estoy seguro servirá para que sigáis todos juntos dando todo lo bueno que tenéis por la memoria de nuestro excelso valenciano.

Y de esa experiencia que me llevo, si he de destacar algo, sin duda lo debo hacer en defensa y reconocimiento a los altares y asociaciones, y en particular de los niños que están con vosotros y que son sin duda el futuro de la fiesta. De todos y cada uno de vuestros colectivos -cada cual con sus costumbres, peculiaridades y singularidades-, he aprendido algo más de la figura de San Vicente.

Pero si algo he de destacar, sería un denominador común en todos vosotros, que para mí está por encima de todos los demás: sois auténticos centros de catequesis, núcleos de vivencia en la fe que hacéis de la transmisión de estos valores hacia los niños, una labor impagable por la sociedad. Escuelas de fe que habéis mantenido a lo largo de los años, y donde habéis demostrado vuestra auténtica pasión por nuestra Iglesia y por sus santos más relevantes, como es el caso de Vicente Ferrer. Y lo habéis hecho además manteniendo costumbres, usos y tradiciones que demuestran que la modernidad, aunque parece que lo puede todo, nunca podrá arrancar las raíces de nuestras convicciones más profundas. Valencia es un pueblo de fe, y lo seguirá siendo gracias a la labor de gentes como vosotros.

Siguiendo vuestra estela y vuestro camino emprendido, yo y muchos como yo, hemos podido conocer la obra de San Vicente, que vive y perdura en cada uno de los Altares que celebran al Santo en nuestra Ciudad y en nuestros pueblos de esta tierra valenciana. Y me he dado cuenta como la semilla que el Santo sembró hace casi 600 años, sigue viva y fuerte en su Ciudad, Valencia. Ese solo puede ser uno de los muchos dones derramados por el Espíritu Santo.

Sin embargo, esta senda nos avoca a bifurcaciones y caminos no señalados que pueden plantearnos dudas y sombras. Y es que debemos plantearnos cómo será el futuro más inmediato, cómo podemos seguir avanzando por la senda que dejó el Santo, sin perder su ejemplo. Por entendernos, deberíamos preguntarnos cómo debe ser lo Vicentino en el Siglo XXI.

Según cuentan los expertos, a San Vicente lo que le interesaba no era lucirse en sus sermones o en sus actuaciones, sino convertir a los pecadores. No es que pretenda compararme a San Vicente –Dios me libre de tal barbaridad-, pero reconozco que ante este auditorio y en esta posición, si que te sientes un poco predicador, o cuanto menos en la necesidad de elevar la voz para que te escuchen las gentes. No con la intención de convertir pecadores –no es mi función, ni lo pretendo-, que para eso nuestra madre la Iglesia tiene gente santa y sabia, pero si aportaros mi reflexión personal, que de humilde cristiano y vicentino de vocación, quiero haceros llegar.

San Vicente Ferrer dio un mensaje para que lo llevaran a todos los valencianos, a su pueblo, a sus gentes, y que podríamos considerar como su auténtico testamento. El mensaje dice así:

«¡Pobre patria mía! No puedo tener el placer de que mis huesos descansen en su regazo; pero decid a aquellos ciudadanos que muero dedicándoles mis recuerdos, prometiéndoles una constante asistencia y que mis continuas oraciones allí en el cielo serán para ellos, a los que nunca olvidaré.

En todas sus tribulaciones, en todas sus desgracias, en todos sus pesares, yo les consolaré, yo intercederé por ellos. Que conserven y practiquen las enseñanzas que les di, que guarden siempre incólume la fe que les prediqué, y que no desmientan nunca la religiosidad de que siempre han dado pruebas.

Aunque no viva en este mundo, yo siempre seré hijo de Valencia. Que vivan tranquilos, que mi protección no les faltará jamás. Decid a mis queridos hermanos que muero bendiciéndoles y dedicándoles mi último suspiro».

Hoy sabemos, seiscientos años después, que el mensaje de San Vicente, casi una profecía, se ha cumplido y que todos vosotros, los que formáis los Altares de San Vicente, y otras instituciones que componen la Junta Central Vicentina, como los Caballers Jurats o las Damas de San Vicente, son hoy prueba de esa constante asistencia que prometió, o de que se ha guardado incólume la fe y que nunca hemos desmentido nuestra religiosidad.

Incluso en este tiempo, en que vuelven las tribulaciones, las desgracias y pesares, debemos volver la mirada a nuestro Santo y pedirle que interceda por nosotros. Pero no penséis en la intercesión como una solución a los problemas personales de cada uno, creo que quien piensa eso se equivoca sobre el sentido final de la oración.

Creo sinceramente que el sentido final de la Oración lo hayamos en el Monte de los Olivos, cuando Jesús reza antes de ser prendido por los judíos, “Padre todo te es posible: aleja de mí este cáliz”, para acto seguido decir “…pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Posiblemente la oración más sencilla, más sentida y más profunda de la que tenemos constancia: dos simples frases. Solo dos simples frases y sin embargo representan la oración más extraordinaria, conocida y oída, jamás.

Como digo, el sentido de la intercesión hay que buscarlo en esa oración tan sencilla, que podríamos explicar, con permiso de la Iglesia y siendo yo un simple lego en estas materias, como un pensamiento que nos parece asaltar de una forma singular: “aunque no quiero lo que me está pasando, si es tu voluntad que se cumpla, por que se que en tu infinita bondad, Señor, el premio es mayor que la desgracia que me asalta”.

Y esa resignación cristiana -más que resignación, aceptación cristiana de nuestra situación-, mejor o peor, es lo que debemos pedir a San Vicente.

Pero pensemos que esa plegaria al Santo, cuando proviene de los que estamos bien, de los que no tenemos problemas graves, o nuestros problemas no son de calado, que dicha intercesión solicitada a San Vicente, sea a través de nuestros hermanos necesitados.

Vivimos tiempos difíciles, casi apocalípticos en el sentido social, alrededor nuestro cada vez encontramos mayor número de gente a la que le falta el trabajo, y como consecuencia de ello pierden la casa, las familias se deshacen, y se impone una situación extrema en nuestra sociedad.

La pregunta que debemos hacernos es, como seguidores de San Vicente, qué podemos hacer? Nos conformamos con seguir celebrando la fiesta de San Vicente los lunes después de Pascua o empezamos a mover algo más para que todos los días del año sean de verdad un recuerdo de San Vicente.

Dónde está el verdadero espíritu vicentino hoy? Siempre tengo un recuerdo para la institución más presente de la obra vicentina en Valencia, el Colegio Imperial de niños Huérfanos, y que entiendo que representa el mejor ejemplo de lo que quiero expresar. Ese Colegio abre todos los días del año y con su asistencia y ayuda, muchas generaciones de niños valencianos de nacimiento o adopción han tenido un techo, comida y educación durante siglos. Ese es el espíritu de San Vicente, trabajar día a día por los más necesitados. Y es lo que todos, le debemos a San Vicente.

No hace falta hacer grandes obras, en absoluto. Sería suficiente con solo ayudar a nuestros vecinos, amigos o incluso desconocidos que nos piden ayuda -aún de manera callada-, todos los días. Y que en esta época de tribulaciones, como decía antes, más se necesita. Cada uno desde nuestra vida, en la familia, en el trabajo, en la parroquia o en el mismo altar podemos ayudar a los de nuestro alrededor, pedir la intercesión de San Vicente y que el Espíritu Santo actúe por medio nuestro sin necesidad de grandes obras o milagros: la pequeña piedra del día a día, es lo que hace pared -como dice el viejo refrán popular-.

Pero es que no olvidemos que esto mismo, es lo que dice el Evangelio en muchos pasajes, como por ejemplo, en uno de los relatos que para mi siempre ha sido más impactante: la parábola de los talentos.

Como dice Jesús, en el Cielo se nos dará según en la Tierra hayamos recibido y hayamos producido. Es curioso que en este tiempo que vivimos, sea una parábola dedicada a la inversión y la producción de intereses, y sin necesidad de ser una institución financiera tan denostadas hoy en día, lo que nos dará la felicidad. Pero la felicidad que realmente vale –y no la puramente material-, la que de verdad nos colma y que no es otra que el premio del Cielo. Y no lo olvidemos, porque esa felicidad será poder sentarnos a la derecha del Padre.

Debemos plantearnos quienes queremos ser en dicha parábola, el que recibió cinco talentos y ganó otros cinco. O el que recibió un talento, lo escondió y devolvió ese talento sin más.

Por que no olvidemos nunca, que nosotros, todos los aquí reunidos, recibimos muchos talentos de nuestro Señor. El primero de ellos el haber nacido en la misma Ciudad que San Vicente, que con su predicación y esfuerzo ha dejado una imborrable huella en Valencia, de la que todos somos depositarios. Depositarios con obligación de devolver el ciento por uno, puesto que llevamos seiscientos años de disfrute de su memoria y de su ejemplo, siendo su espíritu heredado de generación en generación, y transmitido de padres a hijos con auténtica veneración. La mayoría podéis decir, como yo mismo, que vuestra devoción a San Vicente nació en vuestra casa, que la aprendisteis de vuestros padres. Y ese es un talento que exige muchos intereses, cuando a cada uno de nosotros nos llegue el momento de la devolución.

Hacer una reflexión profunda y en silencio: …¿Cuánto habéis recaudado ya de dicho talento?, …¿Tenéis las cuentas claras? Ese es al final, el mensaje que debe salir de aquí en vuestra más profunda y recogida oración personal. Contestaros a vosotros mismos en la intimidad de la oración.

Nunca lo olvidéis, si Valencia y España siguen siendo cristianas y católicas después de tantas generaciones y con el proceso de secularización y ataque en el que permanentemente vive nuestra fe, es gracias a personas, o a humanos -como dije al principio utilizando el final de una representación de sus milagros-, que como San Vicente sembraron una semilla fuerte y dura, y a que gente sencilla como todos nosotros seguimos manteniendo viva dicha semilla y sigue dando sus frutos. Por eso, a nosotros y sólo a nosotros, corresponde que la siguiente generación herede la misma semilla fuerte y enraizada profundamente para que nunca deje de dar frutos. Qué herencia más grande y más difícil, podríamos recibir? Pensad en ello cuando ofrezcáis vuestras oraciones.

Y permitirme ahora que exalte uno de esos frutos, en el que todos nos tenemos que ver representados, el que nos convoca hoy a todos. Nuestra recién nombrada, y ya querida y apreciada, nueva Honorable Clavariesa, Dña. Encarna Mestre Teodoro

Ella representa hoy la virtud de la que estamos hablando y que ya lleva muchos talentos recaudados. Sí, muchos talentos Encarna, porque para los que te conocemos y nos preciamos de tu amistad, hoy no es una casualidad que estes ahí sentada y hayas recibido la medalla que te acredita como Honorable Clavariesa de las Fiestas Vicentinas. Aunque estoy seguro que por tu sencillez y humildad, te preguntarías… ¿porqué yo?, ¿Qué he hecho yo para merecerlo?

Pues permítanme decirles que una persona con más de 20 años de pertenencia a su querido Altar de Russafa, donde fue llevada de la mano por sus padres, donde su madre ya fue Clavariesa Mayor del Altar, donde su hijas han sido Reinas Infantiles, donde han recibido ella y su marido la medalla de oro del Altar por su absoluta dedicación de entrega y trabajo al Altar ruzafeño, son méritos que lo dicen todo y hablan por si solos. Pero les diría que hay muchos más méritos que no han sido reconocidos, pero que hoy en justicia, no deben ocultarse por mi parte, sencillamente porque:

Si hay un ejemplo de mujer entregada a José -su marido-, a Cristina y Laura -sus hijas-, a defender y a entregarse por su familia, esa eres tú, mamá Encarna.

Si hay una mujer que ha sabido honrar la memoria de sus padres, siendo una hija abnegada cumplidora de las enseñanzas de sus progenitores, respetuosa con ellos, entregada por sus cuidados, y fiel a la memoria de quién hoy no puede ya acompañarnos, esa eres tú, Encarnita.

Si hay una mujer que ha hecho de su profesión cómo médico, una escuela de sacrificio y entrega por aquellos que requieren más atención como son los mayores, o incluso con los más desvalidos, como pueden ser los discapacitados psíquicos, esa eres tu Doctora Mestre.

Si hay una mujer que ha demostrado querer a su tierra, a su ciudad, a sus costumbres y tradiciones, y a su historia, esa eres tú, seguidora de la Virgen, vicentina y fallera.

Podría decir muchas cosas más, pues son muchos años los que nos han hecho compartir calle, barrio, juegos y vivencias. Pero no las diré, porque se que todos te irán descubriendo poco a poco, día tras día, cuando comprueben que detrás de tu gesto afable y siempre cariñoso, hay una persona con un corazón que le desborda allá donde va.

Descubrirán en ti, y en tu marido José, un ejemplo de matrimonio compenetrado y cómplice.

Si, diría que la complicidad es su gran arma y su gran valor. Porque lo comparten todo, alegrías y responsabilidades, retos y obligaciones, discreciones y protagonismos. Descubrirán un hombre que, tomen nota muchos de ustedes, se encargará de vestir y hasta de peinar a su esposa para que no le falte detalle, sea de valenciana o de Clavariesa. De una mujer que sacará el humor y la espontaneidad, para ser el sustento en cualquier momento que se requiera una sonrisa. De unas hijas, que se sienten orgullosas de sus padres, y de unos padres que, si volvieran a nacer, sólo pedirían volver a concebir estas dos hijas.

Una familia, en resumidas cuentas, que son ejemplo de lo que, precisamente y por desgracia, parece que ahora se va perdiendo día a día: de unidad, de vivencia en la fe, de identidad, de complicidad, de entrega, de sacrificio y también de disfrute al máximo de aquello que la vida y nuestro Señor, les ha ido concediendo en cada momento.

Te conocerán Encarna, y dentro de un año, estoy seguro que más de uno me dirá que tenía razón en estas palabras que hoy pronuncio. Pero me lo dirá porque habrá tenido la oportunidad de comprobar y conocer a la persona, al ser humano y no al cargo.

Sólo puedo recomendarte que vivas el cargo sin medianías, sin la sensación de cumplir con una obligación sino entregándote por San Vicente y por aquellos que trabajan por San Vicente; que conozcas a los vicentinos en profundidad porque de ellos sólo podrás llevarte experiencias buenas; guíate por las vivencias que puedan trasmitirte los clavarios y clavariesas de cada Altar, asi como de las anteriores honorables clavariesas –de las cuales no puedo más que agradecer el privilegio que me han dado de vivir junto a ellas imágenes y recuerdos imborrables-, y sobre todo, ante todo, y por encima de todo, dalo todo por los niños, por “els xiquets del miracle”, porque ellos son la razón de ser de ésta fiesta.

Nuestra labor, nuestro trabajo y nuestra devoción, no podrá traducirse en talentos, ni podremos multiplicar los que nos han dado, si no somos capaces de acercarnos a aquellos que más necesitan de una mano para ser guiados por la vida, haciéndoles ver el camino de la luz, de la fe, de los principios y de los valores que necesitan para hacerse personas de provecho y de bien en un futuro. Esos mismos principios y valores que recibimos de nuestros mayores en su día y que hoy, muchos años después, quizá no siendo ni siquiera conscientes, seguimos poniendo en práctica en nuestro día a día y, lo más importante, transmitiéndolos a esos niños que representan el futuro de la Valencia cristiana y vicentina. Aplaudidles, enseñarles, razonarles, explicarles…, emplead hasta el último minuto que sea necesario para que en cada Altar siempre haya un niño que quiera hacer el papel de San Vicente, o de Nela, o de algualcil, o de loco, o de gent del poble… Que no pierdan nunca la ilusión por sentirse importantes en un escenario donde lo atractivo para ellos no debe ser el premio, o el regalo fácil, sino hacerles ver y conseguir que sean conscientes -y si no lo seremos nosotros por ellos-, de que el auténtico milagro de San Vicente es que sigan habiendo miracles de Sant Vicent en pleno Siglo XXI. Esa es tu labor Encarna, esa es vuestra labor Presidentes, Clavarios y Clavariesas, ese nuestro deber en las instituciones públicas, esa es vuestra auténtica razón de ser, querida Junta Central Vicentina y mundo vicentino. No lo olvidéis nunca, y si así no lo hiciéramos, que Dios nos lo demande.

Y debo ya despedirme para no cansarles. He dicho que no iba a alargarme en exceso, y debo cumplir con la palabra dada. Y quisiera hacerlo haciendo referencia a algún párrafo de los muchos que escuchamos con auténtica delicia en las representaciones que año tras año llevan a cabo los altares en nuestras calles y plazas de la ciudad y de poblaciones cercanas, en homenaje a los cientos y cientos de niños que han pasado, que están y que seguro seguirán estando en años venideros.

Pero son tantos los milagros que he reelido, tantos los pasajes que me han hecho evocar momentos inolvidables, o tantos mensajes de fe y de moralidad que llegan a lo más hondo de uno, que me ha resultado casi imposible poder elegir uno sólo.

He elegido dos que me gustan muchísimo, y que me resisto a tener que descartar alguno de ellos. Por eso les voy a leer los dos.

Uno con toda la intención, y con algo de sorna por mi parte -pues no puedo, ni debo despedirme con él-, y que seguro que lo han escuchado cientos de veces, pero que reconozco que a mí siempre me han sacado una sonrisa de complicidad els chiquets del milacre cuando les he oído decir:

“I ara si, públic amable,

el miracle s’ha acabat.

Gracies per vostra asistencia

i, com es tradicional

si volen poden tirar-nos

fins els billets a grapats”

Pues bien, …ni se les ocurra tirar nada, no un billete, ni siquiera un solo euro a este estrado, porque ni soy chiquet de milacre –ya quisiera yo-, ni están los tiempos que corren como para que le tiren dinero a un cargo público…!!! Ni se les ocurra hacerlo, por favor…!!!

Me quedo con poder darles las gracias por su asistencia, como dice tan gracioso poema, y por haberme otorgado el inmerecido honor de haber podido subir durante unos minutos a este improvisado púlpito. Y lo acompaño de unos versos del siempre querido y recordado Pere Delmonte, con el que cerraba uno de sus muchos poemas dedicado a San Vicente Ferrer:

“I el poble torna a cridar:

Vixca Sant Vicent Ferrer!

Mes hen de fer que este Vixca!

siga en espirit i essencia

el que respire Valencia

per a que el Sant persistixca.

I entre tots que es repetixca

u dels miracles més grans

parlant com ell, bons germans,

nostra llengua valenciana

i dir-li en orgull i gana:

Sant Vicent: som valencians!!!

Muchas gracias por escucharme

Félix Crespo Hellín

Concejal de Coordinación Jurídica Ayto. de Valencia

Mantenedor

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