De un sermón en la Fiesta de la Asunción de la Virgen María

(traducción de V.Forcada Comins del publicado en SANCTI VINCENTI FERRARII, Opera Omnia. T.III. Rocabertí ed., Valencia 1695, 395-403)

La Virgen tuvo la vida natural, pues, según algunos doctores, vivió cuarenta años, aunque otros dicen que vivió setenta y dos. Tuvo la vida de la gracia sobre todas las creaturas. Pero no se contentó con esto, sino que cada día pedía la vida de la gloria y deseaba estar con su Hijo en el Paraíso, al que en tal día como hoy fue asunta. De esta vida dice el tema: María eligió la mejor parte [Lc 40,12]. Tuvo la buena vida, conservó la mejor, pero eligió la óptima.

Escuchad bien ahora. Por una pregunta que seguramente me estáis haciendo en vuestros corazones, quiero dividir y abarcar la materia del sermón. ¿Qué relación tiene el tema señalado [María eligió la mejor parte, Lc 10,42] con nuestro propósito, o cómo se aplica a la Virgen María? Porque el texto habla de María Magdalena y de Marta. Parece que no viene bien al caso presente.

Respondo a esta cuestión diciendo que si tomamos el Evangelio de hoy a la letra, no viene al caso; pero si lo interpretamos alegóricamente, como lo hace hoy la Iglesia, no hay Evangelio más propio y adecuado a la Virgen en toda la Biblia. Toda la vida de la Virgen está compendiada en él. El santo Evangelio de hoy señala tres cosas de la vida activa de Marta y otras tres de la vida contemplativa de María.

Lo primero que el Evangelio dice de Marta es lo siguiente: Entró Jesús en un castillo y cierta mujer llamada Marta lo recibió en su casa (Lc 10,38). Es la primera obra de la vida activa de Marta en favor de Cristo. De modo alegórico significa la encarnación del Hijo de Dios, pues por ella entró Jesús en el castillo de este mundo rebelde para subyugado a su imperio.

Marta quiere decir Señora. ¿Hay alguna señora mayor que la Virgen María, que recibió a Cristo en su casa, en su seno virginal? […]

En el cielo y en la tierra no hay más señora que la Reina de los ángeles, la Virgen María, que recibió al Señor en su casa, en su seno virginal. De esta casa canta la Iglesia: «La casa de pecho inmaculado se hace de repente templo de Dios; intacta de varón, concibe al Hijo por una palabra» (Himno de la Natividad del Señor). Cuando la Virgen dijo: He aquí la esclava del Señor (Lc 1,38), entonces le recibió en su casa.

Gran honor fue para la Virgen recibir en su casa al Hijo de Dios. En esto se le asemejan los que comulgan, pues así como vino el Señor al seno virginal así viene en la hostia consagrada. Y estoy por decir que nosotros lo recibimos más perfectamente que la Virgen María, porque ella lo recibió pasible y mortal y nosotros lo recibimos impasible e inmortal; ella lo recibió una sola vez, y nosotros muchas. El buen cristiano debe elegir diez o doce fiestas al año para comulgar. Contra los que no comulgan y no le reciben, se dice: Vino a los suyos, y las suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron dióles potestad de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre (Jn 1,11-12).

La segunda obra de la vida activa de Marta aparece en el texto cuando dice: Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio (Lc 10,40). En cuanto Cristo llegó a su casa, Marta iba corriendo por la casa, diciendo a las criadas: Preparad el pan y el vino y las demás cosas necesarias para la comida. Quería quedar bien con el Señor. Dirá alguien que esto nada tiene que ver con la Virgen María.

Si lo tomamos literalmente, tiene razón; pero si se interpreta alegóricamente, es muy propio de la Virgen. Porque así como la primera obra de Marta concuerda alegóricamente con la Virgen en la Encarnación, del mismo modo esta segunda obra dice muy bien con la Virgen María después que nació el Hijo de Dios. La Virgen, a los quince años de edad, dio a luz a su Hijo, y no tenía leche. Dicen los médicos que la prole y la leche proceden de la misma raíz; la mujer que no conoció varón no tenía leche. Y José le decía: Yo iré a buscar una mujer para que dé leche al Niño. Pero la Virgen María, arrodillada, según dicen los doctores, oraba al Señor: Padre omnipotente y Señor, que me disteis este Hijo; tú que provees a todas las cosas, a los animales de la tierra y a los peces del mar, dadme leche para vuestro Hijo. E inmediatamente obtuvo lo que pedía. Sobre ello canta la Iglesia: «La Madre Viro gen, que desconoció varón, dio a luz sin dolor al Salvador de los siglos. Ella sola alimentaba al Rey de los ángeles con sus pechos henchidos del cielo» (Oficio Natividad del Señor). Ahí tenéis cómo se afanaba la Virgen por servir a Cristo.

Y le sirvió en otras muchas cosas. No ignoráis los servicios que prestan las madres a sus hijos en el vestir y otras cosas parecidas. No pudiéndolo calentar por el frío que hacía, lo reclinó en un pesebre, para que los animales le dieran su calor natural. Le peinaba y lo lavaba; y en el destierro de Egipto hilaba y cosía. Procurando el alimento para ella, para su Hijo y para José, que era anciano. Y cuando Cristo predicaba, la Virgen María le acompañaba y le preparaba la comida. Ahí tenéis a Marta, a la Señora, ocupada en los muchos cuidados del servicio.

La tercera obra de la vida activa de Marta la señala el Evangelio cuando dice: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas (Lc 10,41). Literalmente quiere decir que María andaba inquieta por la casa para servir al Señor y pensaba que todos los de casa eran pocos para atender dignamente al Maestro. Y ordenaba a las criadas, a los siervos y siervas… Alegóricamente es el servicio propio de la Virgen María. Pues así como la primera obra de Marta se aplica a la Virgen en cuanto a su solicitud por ser digna del Hijo y la segunda en cuanto a la conducta que observó en atenderle, esta tercera se refiere a la conducta de María en la Pasión, en la que la Señora fue muy solícita. ¿Quién podrá narrar la solicitud y la turbación que sufrió en la Pasión de su Hijo? La Virgen María fue muy solícita en la salvación del género humano; pero como sabía que no podía alcanzarse sino mediante la muerte ignominiosa de su Hijo se turbaba por su compasión maternal. Estaba como entre dos grandes piedras de molino pensando que ningún hombre podía ser libre del vínculo del pecado ni de las cadenas del diablo, si su Hijo no era previamente maniatado y crucificado. Esta era su turbación. Sabía también que nadie podía evadir la dura sentencia de condenación eterna, que se dará en el juicio, si su Hijo no era sentenciado a muerte. Por eso se turbaba.

Estaba preocupada porque nadie fuera suspendido en la horca del infierno; pero sabía que esto no era posible si su Hijo no era crucificado. Se preocupaba porque nadie podía separarse de la compañía del diablo, y sabía que era imposible si su Hijo no era contado entre los ladrones. Deseaba que la Humanidad, desterrada del Paraíso, pudiera entrar de nuevo en él; pero sabía que nadie podía entrar si su Hijo no era desterrado de Jerusalén. Quería que los hombres alcanzasen la corona de gloria; pero sabía que no la alcanzarían si su Hijo no era coronado de espinas. Estaba triste porque los hombres no podían entrar en la vida eterna; pero sabía que nadie la podía alcanzar si su Hijo no moría previamente. Ved ahí por qué se dice: Marta, Marta, esto es: Señora, señora, te inquietas y turbas por muchas cosas. [ … ]

Hasta aquí hemos declarado la vida activa de la Virgen Santísima. Veamos ahora su vida contemplativa perfectísima, significada por Magdalena, de la que el Evangelio de hoy dice tres cosas.

Primera: María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. He ahí la vida contemplativa. Veamos si puede aplicarse esto a la Virgen María. La Virgen sabía que su Hijo Jesús, desde el instante de su concepción, tuvo tanta ciencia como tiene ahora en el Cielo. Es sentencia común entre los teólogos. Pensad, pues, que siendo el niño Jesús de seis o siete años la Virgen le haría sentar en una silla como dicen algunos devotos doctores, en especial los devotos de María,y ella se sentaría a sus pies. Cristo la invitaría para que se sentara junto a Él, pero ella, por humildad, rehusaría. Y le diría: Hijo mío, decidme algo. Y Él respondería: Sí, me place. ¿Qué queréis que os diga, Madre mía? Deseo conocer -respondería la Virgen- la gloria de las almas bienaventuradas. ¿Cómo quedarán después de vuestra Ascensión: a vuestra derecha o a vuestra izquierda? ¿Serán inferiores o superiores a los ángeles? Jesús respondería: ¡Oh Madre mía!, no será así; entre todos no habrá sino una compañía, un solo redil y un solo pastor. Y entonces le diría el Señor que hay nueve órdenes o coros de ángeles, según dice San Juan en el Apocalipsis (21, 21).

El primero ascendiendo es el de los ángeles. En él serán colocados los penitentes que satisficieron por sus pecados. El segundo es el de los arcángeles, cuyo príncipe es San Gabriel; aquel, Madre mía, que os anunció mi Encarnación. En este orden habitarán los misericordiosos, las personas devotas. ¡Oh! -dijo la Virgen- ¡en buena hora han nacido los misericordiosos! El tercer coro es el de los principados. Y así iba explicándole todos los órdenes de ángeles. Es muy natural que la Virgen deseara saber en qué orden sería colocada ella. Y Jesús le dijo: Madre mía, pues sois digna sobre todos, seréis colocada a mi lado; y todos, ángeles y almas, obedecerán al imperio de vuestra voz. A este propósito canta hoy la Iglesia en el Oficio repetidas veces: «Has sido exaltada, santa Madre de Dios, sobre los coros de los ángeles a los reinos celestiales».

Otro día pidió al Hijo que le explicara la pena de los condenados y la compañía que tienen con los demonios. Jesús respondió: Madre mía, así como en el cielo hay nueve órdenes de ángeles, del mismo modo en el Infierno hay nueve cárceles de condenados. Y como el mayor pecado lo cometieron los serafines. Los que de aquel orden cayeron están en una cárcel más profunda y tienen un tormento más intenso. A este lugar irán los que blasfeman de Dios. La segunda cárcel es la de los querubines caídos. A ella irán los infieles, los cristianos que dudan de su fe y los que presumen de inteligencia. La tercera es la de los tronos que cayeron. Irán a ella los que usurpan los bienes o beneficios eclesiásticos mediante la simonía. La cuarta es la de las dominaciones. A ella irán a parar los malos señores y los rectores injustos de comunidades. La quinta es la de las virtudes, y a ella irán los vengativos. La sexta, la de las potestades, a la que irán los impacientes en las enfermedades, porque se irritan contra Dios. La séptima es la de los principados, a la que irán a parar los crueles, los usureros, los ladrones y los que retienen los bienes de los difuntos. La octava es la de los arcángeles caídos, a la que descenderán los indevotos, los que no oyen Misa ni sermones. Y la novena es la de los ángeles que pecaron, a la que llegarán los impenitentes. Así declaró Jesús a su Madre las cosas del otro mundo. Aunque el Evangelio no lo diga, lo creemos piadosamente. ¡Qué dichoso y qué consolado hubiera sido quien hubiera estado presente a este coloquio!

Otro día diría la Virgen a Jesús: Hijo mío, ya que me habéis declarado la gloria de los bienaventurados y la pena de los condenados, decidme ahora algo sobre el Purgatorio. Y Jesús le contestaría: Así lo haré, madre mía. Ya que queréis saberlo, el Purgatorio tiene tres cárceles, según las tres condiciones de personas que allí cumplen su penitencia. Otro día le explicó la suerte de los niños que mueren sin bautismo, etc. Esta es la vida contemplativa: escuchar la Palabra del Señor. Yo, cuando predico, hago vida activay cuando estudio hago vida contemplativa. Vosotros, que escucháis devotamente los sermones hacéis vida contemplativa. Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la practican (Lc 11,28).

La segunda obra de la vida contemplativa de Magdalena la narra el evangelista cuando dice que Marta se afanaba para servir a Cristo, y le decía a María: Ayúdame. La Magdalena hizo oídos sordos. Y dijo al Señor: ¿No te da cuidado que mi hermana me deje sola en el servicio? (Lc 10,40). No lo dijo por impaciencia según apunta la Glosa, sino porque creía que todos los de casa no eran suficientes para servir a Cristo. La Magdalena dejaba las obras activas para dedicarse a la contemplación.

Esto mismo hizo la Virgen María en la Ascensión de Cristo, pues cuando vio elevarse su Hijo de la tierra y contempló las almas de los santos, pidió subir al Cielo con el Hijo. Cristo le dijo: Madre mía, vos ocuparéis mi lugar durante cierto tiempo; consolaréis a mis hermanos, los Apóstoles, los cuales recurrirán a vos en sus dudas. Desde este instante la vida de la Virgen fue contemplativa. Visitaba cada día los santos lugares. Iba a Nazaret, a la estancia en que había concebido al Hijo de Dios y pensaba en la salutación del ángel; y en esta contemplación lloraba. Después iba a Belén, al lugar en que había nacido su Hijo y a la casa en la que fue adorado por los Magos de Oriente. Y más tarde al Templo, donde ofreció al Hijo, a los cuarenta días de nacido. Al lugar del bautismo, al desierto, al Calvario, al sepulcro… En los doce, o según otros veinticuatro, años que sobrevivió a la Ascensión del Hijo, visitaba diariamente estos lugares.

Acerca de estas visitas surge una dificultadpues dice San Ambrosio que la Virgen no fue vagando de acá para allá y ni siquiera salió en público: tranquila en su casa, amaba la soledad. ¿Cómo iba a visitar los santos lugares? Podemos armonizar estas dos cosas, pues las dos son verdaderas, si pensamos que estas visitas eran espirituales y contemplativas, sin que la Virgen saliera de su casa. Iba en espíritu. ¡Bendita peregrinación, libre de todo peligro! De ella dice el Apóstol: Si vivimos del Espíritu, caminemos también según el Espíritu (Gal 5,25).

A continuación reflexiónese sobre los hombres y mujeres que en las peregrinaciones tuercen sus caminos y se hacen peores, pues hay veces que salen vírgenes y castas y vuelven meretrices. También sobre las mujeres que van a Roma en tiempo de indulgencias y duermen amontonadas sobre las pajas; hay muchas que son violadas y corrompidas. También existen muchos peligros corporales y espirituales para los religiosos y clérigos que van a Jerusalén, ya que muchos días no pueden rezar el Oficio ni celebrar su Misa. Haced en espíritu estas peregrinaciones. Hoy y todos los días podéis ir a Nazaret, a la estancia en que fue concebido el Hijo de Dios, y a los otros lugares santos.

La tercera obra de la vida contemplativa la señala el tema: María eligió la mejor parte. En esta frase tenéis la historia de la fiesta de hoy. Después que transcurrieron doce, o veinticuatro años, la Virgen cierto día estaba orando y decía: ¡Oh Hijo mío!, hace tantos años que estoy entre los judíos; los Apóstoles están dispersos por el mundo; recibidme con Vos; y lloraba … Cristo nos muestra en su Madre un ejemplo para desear el Paraíso. Quiere que el Paraíso sea ardientemente deseado.

Al momento se le apareció el ángel San Gabriel, saludándola y llevando en su mano una palma. Tanta era la claridad del ángel que la Virgen María, no habiéndolo reconocido, le pidió su nombre. La palma significaba la victoria que la Virgen obtuvo: del mundo mediante la humildad; del diablo por la pobreza; y de la carne por la purísima virginidad. Entonces pidió dos cosas: primera, que los Apóstoles estuvieran presentes a su muerte; segunda, que ningún diablo se hallara en ella. No creáis que tenía miedo; lo hizo por la repugnancia que causan los que hacen tanto mal. Del mismo modo que un rey no permite que se presente ante él un criminal, no porque le teme, sino porque le aborrece, la Virgen obtuvo que, por el poder de Dios, la rodearan todos los Apóstoles en el día de su muerte. Los pueblos en que estaban predicando quedaban maravillados cuando éstos eran arrebatados por las nubes. Todos se encontraron a la puerta de la casa de la Virgen, diciendo entre sí: ¿Por qué nos ha reunido el Señor? Y Juan, que llegó el primero, les anunció el tránsito próximo de la Virgen.

Acercándose, de dos en dos, hicieron sus reverencias a la Virgen. Y la Virgen María los recibía con gran alegría, indicando a cada cual el servicio que había hecho por Cristo, su Hijo, y las penas que había sufrido. En especial, a Pablo le decía: ¡Oh Pablo!, en tal lugar fuiste hecho prisionero por mi Hijo, etc. Y mientras así hablaba, presentó se Cristo, saludando a su Madre: Ave, bendita, que engendraste la Vida y hallaste la gloria. La Virgen respondió: Mi corazón está preparado, ¡oh Dios!; está preparado mi corazón. Al principio del libro (de la Predestinación) está escrito sobre mí, a fin de que se cumpla, ¡oh Dios!, tu voluntad. Y los santos ángeles que formaban el cortejo de Cristo la saludaban.

Este gozo fue mayor que todos los demás que tuvo la Virgen. Grande fue el gozo de la Anunciación, en la que fue hecha Madre de Dios; y el de la Natividad, Resurrección y apariciones, etc. Una hermosa doncella se goza mucho cuando se prepara su matrimonio; pero goza más cuando es desposada; y mucho más cuando, después de desposada, la visita su esposo; y aún más cuando el esposo le envía las arras preciosas; y su gozo aumenta cuando a su esposo se le da un oficio en la casa del rey; pero sobre todo esto se goza de modo excelente el día del matrimonio.

De todo lo dicho se gozó mucho la Virgen. Pues el día de la Anunciación o de la concepción del Hijo de Dios, se trataba de sus desposorios; los esponsales tuvieron lugar el día de la Adoración de los Magos. El Esposo visitó a la Esposa el día de la Resurrección; y recibió un oficio en el cielo empíreo el día de la Ascensión. Le envió arras preciosísimas el día de Pentecostés. Pero hoy es el día de las nupcias, cuando entregó su espíritu, sin pena ni dolor, en manos de su Hijo.

En ese preciso momento formose la comitiva por los ministros, los ángeles, que iban cantando, y la Esposa fue conducida a casa del Esposo, a la gloria del Paraíso, no sólo en alma, sino también en cuerpo, pues Cristo la resucitó poco después de su muerte y vive eternamente en cuerpo y alma. Por tanto, María eligió la mejor parte.

Todos hemos de desear esta gloria. No seamos como los animales que no miran sino hacia la tierra. Dios nos hizo rectos para que deseemos y tendamos hacia el Paraíso. Por eso dice David: Como anhela el ciervo la fuente de aguas, así te anhela a ti mi alma, ¡oh Dios! (Sal 41,2).

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