SU CASA NATAL

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El edificio actual

Construido en 1950, este edificio forma ángulo entre las actuales calles del Mar y a la del Pouet de sant Vicent. La fachada de la calle del Mar tiene a su izquierda una puerta de arco de medio punto, con hojas de madera. En lo alto se abre una ventanal dividido por dos delgadas columnas. En su parte derecha se abren dos ventanas con rejas de barras de hierro cruzadas diagonalmente que corresponden a la planta baja, y otras dos ventanas pertenecientes a la segunda planta.

En la esquina de las dos calles mencionadas, se alza una torre de sillería, con tres ventanas correspondientes a los diversos pisos y con troneras en su parte superior. La fachada de la calle del Pouet es muy parecida a la que acabamos de describir, aunque un poco más reducida. La puerta se halla en el centro aproximadamente y a cada lado hay ventanas de diversos tamaños. A lo largo de todas las fachadas corre una galería, como es típico en algunos palacios de la Valencia antigua, que en este caso se compone de arcos rebajados, sobre los que está el alero.

La puerta de la calle del Pouet de Sant Vicent da a un zaguán, que antes de 1950 era un patio abierto y ahora es un espacio cubierto. Las paredes tienen una bella decoración de azulejos historiados valencianos de estilo rococó que, entre decorativas piezas vegetales, muestran diversas escenas vicentinas, de las cuales hablaremos más adelante. En la pared de la izquierda hay una gran puerta de madera que da acceso a los pisos superiores, ocupados por la Comunidad de religiosos dominicos y por el Instituto de Estudios Vicentinos, que posee una buena biblioteca de publicaciones sobre el santo.

En la pared del fondo hay una ancha pila de piedra con cuatro grifos, de donde salía el agua del “Pouet”. Este pozo dejó de manar hacia 1975, al ser cortada la vena de agua que lo surtía cuando se construyó un edificio en la actual Plaza de Tetuán. A partir de entonces el agua procede del suministro general de la ciudad, bendecida con la bendición de san Vicente.

A la derecha de la pila se ve en la parte superior una hornacina, debajo de la cual unos azulejos reproducen una antigua inscripción relativa a la epidemia de cólera que padeció la ciudad en 1854. Más abajo hay una puerta con armazón de madera con entrelazos de hierro forjado, que da acceso al semisótano donde se halla el «Pouet» (pocito). Ocupa el rincón inmediato a la entrada. El brocal es de piedra con hierros de forja, todo ello de los años en que se construyó la actual Iglesia. La estancia, más bien baja, tiene la techumbre sostenida por varios pilares de piedra, de los cuales es antiguo el que se halla exento en el centro. El suelo está formado por pequeñas baldosas rectangulares, que muestran en azul el escudo gótico de la Ciudad, combinadas con «alfardons» en el color natural de los ladrillos. Esta pieza se halla comunicada con otra, que recibe luz por una ventana que da a la calle del Pouet. Tiene una rudimentaria bóveda de medio cañón, está pavimentada con azulejos que imitan a los del siglo XVIII, en combinación con grandes ladrillos rojos y ostenta un bello zócalo de azulejería de estilo dieciochesco, en bella y castiza combinación de los llamados «mocadorets» y motivos florales.

Regresemos al vestíbulo superior. A la izquierda de la pila una puerta da paso a un breve atrio, de cierto carácter gótico, a cuya derecha se abre una pequeña capilla situada en el lugar donde según la tradición nació el santo. Cuatro escalones conducen hasta ella, ya que está en un nivel más elevado. Una verja de hierro delimita la cámara, cubierta por bóveda de crucería y tiene un retablo de madera, de Francisco Hurtado Soto, inaugurado en 1955. Este artista, además de los elementos puramente ornamentales, colocó a la izquierda, de arriba abajo, dos relieves que reproducen la profecía del santo a Alfonso de Borja, el futuro Papa Calixto III y que es quién lo canonizaría el 29 de junio de 1455, y el bautizo del mismo Vicente Ferrer celebrado el 23 de enero de 1350; en el centro, un escudo: una herradura, símbolo del «ferrer», el herrero, sobre un fondo blanco y negro, los colores del hábito de los dominicos; a la derecha situó otros dos relieves en los que se ven el santo predicando, acaso durante el Compromiso de Caspe el 29 de junio de 1412, y el Ángel del Apocalipsis (Apocalipsis 22,16), con el que muchas veces se le representa.

Este retablo enmarca un hermoso cuadro del reconocido pintor valenciano Vicente López (1772-1850), discípulo de Goya, pintado en 1808.

Esta obra es un óleo sobre lienzo que mide 2’20 por 1’30 metros. Quizá no abundan tanto en ella los esplendores cromáticos como en otras del mismo autor. Pero sí toques realistas que no son habituales en sus producciones: además de los detalles con que está trabajado el personaje de la mujer que sostiene en su regazo al recién nacido, la «caireta» del primer plano, las tijeras, el ovillo de hilo, la canasta y los pliegues y volúmenes de los diversos paños, etc..

La composición de las figuras es bastante frecuente en los Nacimientos del Niño Dios. En el primer plano está la señalada silla y cesta de ropa; en el segundo, está el grupo principal: una mujer sentada tiene al recién nacido semidesnudo, el padre de pie detrás de ella lo contempla complacido y otra mujer que está junto a ellos también lo mira arrobado; en un tercer plano está la estructura de la habitación que tiene dos grandes aperturas laterales: una de ellas es una ventana por la que entra un fuerte y brillante rayo de luz así como unos angelitos, y la otra es una puerta a través de la cual se ve a la madre atendida por una mujer en su lecho de parto.

Por último se pasa a la Iglesia, de estilo neogótico y planta octogonal regular de dos cuerpos. El primero está determinado por arcos de gran abertura, alguno de los cuales se halla cegado. En el segundo vemos a cada lado tres arcos ojivales unidos y con celosías de madera, teniendo en su parte superior una pequeña ventana circular calada. Terminando todo el conjunto en una bóveda estrellada de nervaturas. Los arcos, pilares y columnillas son de piedra, el resto de cemento. Su pavimento es de losas de mármol de diversos colores, destacando en el centro sobre una losa de mármol blanco, el escudo de los dominicos.

El retablo del altar, en madera tallada y patinada, es de estilo gótico y obra del escultor valenciano contemporáneo Vicente Rodilla Zanón, así como también la imagen de san Vicente que lo preside, talla en madera, realizada en estilo neobarroco, presentándolo en actitud de predicar. Todo ello fue inaugurado y bendecido el 30 de enero de 1955, V Centenario de su canonización. El púlpito, a la izquierda del altar, es obra del ya mencionado Francisco Hurtado Soto, y es una réplica en madera de la «trona» de piedra que utilizó «el Pare Vicent» en sus predicaciones en la Catedral valenciana, donde aún se conserva a la izquierda de su Altar Mayor.

En la fachada de la calle del Mar y sobre el muro mediero con la casona del Barón de Vallvert, en la parte que este sobresale de la línea de la Casa Natalicia, hay un retablo setecentista de doce azulejos, que es la representación tradicional del santo: vestido con el hábito de dominico, en actitud de predicar y con su característica frase «Timete Deum et date illi honorem…» (“Temed a Dios y dadle gloria…”, Apocalipsis 14,7).

Las escenas del patio de entrada de la calle del Pouet

La piedad popular y el modo de narrar la vida de los santos en otras épocas, las llenaron de hechos milagrosos inclusive desde su infancia, muchos de muy difícil comprobación. Con ello pretendían transmitir su testimonio y ejemplaridad, así como expresar su devoción hacia ellos. Hoy no debemos rechazarlos totalmente, pues por lo menos son expresión de una fe y de un amor de cristianos de otras épocas.

pouet de sant vicent

 

Los bellos chapados de azulejos valencianos que están en el patio de entrada por el «carrer del Pouet» muestran algunas escenas vicentinas. Si bien fueron colocados a partir de 1755, posteriormente -como indica una inscripción que hay en el mismo lugar- se han «Restaurat a expenses de Dn. Salvador Montón Cubells. Any 1918». Pero no sólo fueron restaurados los dos paneles cerámicos con escenas de su infancia, sino también el del milagro del «mocadoret». Los que presentan el de las naves del puerto de Barcelona y su Bautismo, son obra del ceramista contemporáneo José Gimeno Martínez, de Manises, y fueron inaugurados el 30 de enero de 1955, con motivo del V Centenario de la canonización del santo. A principios de siglo, en el lugar donde está la escena del Bautismo se encontraba un cuadro en el que aparecía san Vicente predicando sentado, que se conserva en la residencia de los dominicos y que está muy inspirado en otro del llamado “Maestro de Cocentaina” que se encuentra en el Museo san Pío V.

A continuación brindo el sucinto relato de cada escena representada según se ven de izquierda a derecha desde la puerta de entrada:

  • «Milacre del mocadoret»: en 1385 predicando el santo en Valencia, en la Plaza del Mercado, se detuvo y muy conmovido dijo a los oyentes: «Hermanos, ahora mismo estoy viendo que unos hermanos nuestros piden un socorro inmediato, que si no se les da morirán». Le preguntaron dónde estaban esas personas. El santo contestó: «Seguid a mi pañuelo, y donde él entre, entrad». Y lanzó al aire su pañuelo, el cualentró por la ventana de una buhardilla. En ella, en efecto, se estaba muriendo de hambre una familia, que fue socorrida. Según la tradición la casa estaba ubicada en la actual plaza del «Miracle del Mocadoret» nº 5 (junto a la plaza de la Reina), donde hay una placa que lo recuerda.
  • «Milacre del salser»: en 1359 el comerciante en especies Miguel Garrigues que vivía en la misma calle que los Ferrer, tenía un hijo que sufría unas úlceras malignas en el cuello y de las que le curó el también niño Vicente. En la fachada del nº 37 de la actual calle del Mar, muy cerca del lugar en el que según la tradición ocurrió este hecho, hay un retablo en cerámica valenciana que lo recuerda. Este hecho es uno de los orígenes de la devoción popular valenciana de las representaciones de diversos «miracles» suyos en los Altares de las calles el día de su fiesta.
  • Predicando a sus amigos: durante los años de su infancia comenzó a dar inequívocas muestras de su vocación de predicador, que más adelante sería el asombro de su tiempo. Se cuenta que después de oír algún sermón dirigía a sus amigos discursos siempre elocuentes sobre la bondad de Dios, las bellezas de la virtud y del Cielo.
  • Bautismo en la Parroquia de san Esteban: se basa en un antiguo grabado de un cuadro de Jerónimo Jacinto de Espinosa, el Maestro de Cocentaina (1600-1667). El nacimiento de san Vicente, ocurrió el 22 de enero de 1350. Al día siguiente, al llegar a la Parroquia de san Esteban para bautizarlo se suscitó un conflicto respecto al nombre que se le debía imponer, que el Párroco solucionó decidiendo que se llamase Vicente, ya que el día anterior se había celebrado la fiesta de san Vicente Mártir. En esta «Pila bautismal» se bautizó entre otros muchos, un santo valenciano posterior, el también dominico san Luis Bertrán (1526-1581), pariente y gran devoto suyo. En la actualidad sigue estando la «Pila bautismal» en la citada Parroquia y todos los 23 de enero se recuerda este Bautismo por medio de la fiesta de los «Bultos de Sant Esteve», personas que -vestidas según la moda de XVII- representan a los diversos personajes que, según la tradición popular, tomaron parte en la ceremonia.
  • «Milacre de la sabateta»: siendo niño hizo subir las aguas del «Pouet» para devolver a un amigo suyo el zapato que en él se le había caído.
  • «Milacre del rogle de campanetes»: en 1575 el Capellán de esta Casa Natalicia no quería celebrar el aniversario de la Canonización del santo como se hacía en aquel tiempo. Pero la noche del 28 al 29 de junio tocó alborozadamente sin que nadie lo tocase el rolde o rueda de campanillas de la sacristía, como era frecuente encontrar en casi todos los templos del Reino de Valencia en aquella época.

El poeta valenciano Juan Collado en 1755 escribió unos versos al respecto que terminan así:

Alerta valencians en este fet, 
perque fará si está de bon humor 
de cada campaneta un Micalet.
  • El milagro de las naves de trigo:en 1375 Barcelona sufrió una de las múltiples hambrunas, habituales en aquellos momentos. Todo era desorden, todo lamento, confusión y anarquía. Además aquellos días la mar estaba embravecida. Vicente, que entonces contaba 25 años, era aún diácono y estaba en la ciudad como profesor, exhortó a todos a poner su confianza en Dios, añadiendo: «Estad tranquilos: esta misma noche llegarán aquí dos navíos cargados de trigo». Muchos no le dieron crédito, pero poco antes de anochecer arribaron al puerto dos grandes barcos que descargaron el trigo que traían, más que suficiente para abastecer a la ciudad para muchos días.

Terminamos mencionando las palabras de una autoridad como fue el especialista Manuel González Martí (1877-1972), el cual destaca como espléndida decoración cerámica dedicada a este ilustre valenciano ésta «del antiguo zaguán o pequeño patinillo de la casa natalicia del santo, que la devoción del siglo XVIII cubrió por completo sus muros de paneles de azulejos, decorados con milagros del santo».

El hogar de los Ferrer y su historia

En la época en que nació este «fill i fillol» de Valencia, esta casa se hallaba en el arrabal del «camí del Mar», terrenos amplios que desde los límites con el de Xerea formaban la avanzada de la ciudad en sus constantes crecimientos, con proximidad al Río Turia y terminal del tráfico marinero. Hacia el Este no existían edificaciones (estará por lo menos desde 1777 el palacio de los condes de Castrillo y de Orgaz y en la actualidad está el edificio de la Caja de Ahorros de Valencia, inaugurado en 1932) y por lo tanto era terreno despejado y colindante con la vecina rambla de Predicadores (los Predicadores son los Frailes Dominicos y el solar y algunos edificios de su Convento abierto en 1239, son la actual Capitanía General). Por dicha rambla discurría una acequia, cuyo abundante caudal utilizaban los harineros para mover las muelas de sus molinos; para poder pasar al Convento se construyó un puente que la cruzaba. Estaba incluida en la última manzana del «camí del Mar» -después llamado «carrer major del Mar»-, formada por dicha vía, la calle del Fossar de Benimaclet (actualmente «carrer del Pouet de Sant Vicent») y el callejón posteriormente rotulado de la Garrofa, perteneciendo a la jurisdicción de la Parroquia de san Esteban Mártir. El cercano Convento de Santo Domingo se veía desde esta morada de la familia que integraban Guillem Ferrer y Constança Miquel con sus ocho hijos, entre los que gozan de celebridad universal el dominico Vicente y Bonifacio, monje cartujo en la valenciana Porta-Coeli y Vall de Christ.

Pero nos debemos imaginar cómo sería aquella casa, pues sólo ha quedado el solar que ocupaba. Posiblemente no era de grandes dimensiones pues si bien el padre era un acreditado Notario, no era un poderoso señor ni un acaudalado comerciante.

La puerta principal se abriría a la calle del Mar y sobre ella habría un ventanal que daría luz al piso alto. Su padre tendría su despacho en la planta baja y por ser oficina pública se denominaría «operatorio», cuya decoración -siguiendo el estilo de la época, estamos en la Valencia de mediados del siglo XIV- aparecería con las paredes encaladas, la techumbre con vigas de madera visibles, armarios para guardar los protocolos notariales y en el centro una mesa, sobre ella pergaminos, papeles, tintero de cerámica y plumas de ave para escribir. Más allá del despacho estarían otras habitaciones, entre ellas la cocina («cuina») con su correspondiente despensa («rebost»), donde no faltarían las tinajas para guardar aceite y harina («gerres olieres i farineres»), y junto a ella el comedor («menjador»).

Al piso de arriba se ascendía por una estrecha escalerilla («escaleta»). Siempre solía ser este la planta noble donde se encontraban las habitaciones más importantes e íntimas, tales como la sala de estar, a la que daba el ya mencionado ventanal, el dormitorio del matrimonio, normalmente retirado hacia el interior, quizá asomando a un patio de luces, en el que estaría en este caso el «Pouet», y todo ello con el fin de evitar los molestos ruidos que se producirían a lo largo de este «camí del Mar», con su acostumbrado tráfico.

Aquella casa, como todas las de su época, tenía el citado pozo. Según una tradición, siendo todavía niño realizó en él el milagro de «la sabateta», que ya hemos descrito. Y según otra, antes de partir definitivamente de su Valencia natal el año 1413, pronunció estas palabras: «Os dejo este pozo, que jamás se agotará y cuyas aguas os serán de gran consuelo»; y efectivamente no faltó el agua en dicho pozo, aunque la sequía hiciese desaparecer el agua de las demás fuentes de la ciudad.

Respecto a sus propietarios una vez que la familia del santo había abandonado ya toda relación con ella, a fines del XIV tuvo el dominio mayor y directo el Hospital de Menaguera, el cual se la vendió a los Frailes Dominicos, los cuales el 13 de marzo de 1498 la vendieron al Gremio de Boneteros («boneters i barreters»); gremio que en aquel entonces tenía como Patrón y Abogado a san Vicente Ferrer y su Oratorio provisional estaba en el vecino Convento de Predicadores.

Este Gremio debía construir en la Casa, como lo hizo, un Oratorio con retablo, en el cual había una imagen del santo que desaparecería en 1936. A mediados del siglo XVI comenzó la decadencia del Gremio hasta el extremo de que, con autorización del Padre Provincial de los Dominicos -según claúsula-, solicitaron al Municipio que les comprase el edificio (Casa y Oratorio). El Consejo de la Ciudad, adquirió dicha propiedad en setiembre de 1573. Y es desde dicho año cuando empieza a registrarse la nómina de sacerdotes del clero secular que ostentaron el honroso título de “Capellán de la Casa Natalicia”: «un prevere de missa, honrat, de bona vida i pràctiques» que habitaría gratuitamente en la casa para que cuidara del culto que se realizara en su templo y de abrir las puertas y de «tocar a son temps les campanes». A partir de casi mediados del XIX será también «Capellà de les Roques» (o sea, las carrozas alegóricas que salían con motivo de la fiesta del Corpus Christi), que estaba encargado de la conservación de ellas y además, de invitar al vecindario para que se uniera a dicha fiesta.

Los cambios arquitectónicos más importantes en la Casa Natalicia se registran en 1676-77, los cuales solamente dejaron de la primitiva construcción la bóveda del Oratorio. En 1734se realizó el frontispicio (talla del santo, estuco y dorados) de la fachada que permaneció hasta 1936 y en 1755 se introdujeron notables mejoras tales como agrandar la puerta del patio y decorar vistosamente la fachada. Pero tampoco se conserva en la actualidad. En noviembre de 1755 el entonces Capellán de la Casa, Mossén Nicolás Lloria y Miralles recibió el solicitado permiso del Ayuntamiento para colocar los chapados de azulejería manisera del patio. En 1808 se enriqueció con el cuadro del pintor valenciano Vicente López que representa la escena inmediata al nacimiento del santo.

A mediados del XIX sufrió Valencia la segunda epidemia de cólera de aquel siglo. Duró desde agosto hasta noviembre y el número de fallecimientos ascendió a casi dos mil personas. Entonces hubo una extraordinaria afluencia de personas al «Pouet de Sant Vicent», con objeto de beber o llevarse su agua para precaverse con ello de la epidemia. Según constaen los actuales azulejos, «durante la epidemia del cólera morbo, en 1854, suministró este pozo la cantidad de 159.976 cántaros de agua, transportándose por el ferrocarril 45.900». Como muestra de agradecimiento, cuatro años después los valencianos colocaron la actual pila de mármol. En 20 de junio de 1855 fechó y firmó José Vicente Pérez un correcto cuadro al respecto, que se conserva en la misma Casa Natalicia y del que M.Bellver sacó un grabado.

El ya citado González Martí nos describe cómo se encontraba su patio a fines del mismo siglo con estas elocuentes palabras: «Recibía entonces la luz del sol por descubierta claraboya central, circundada por galería de baranda de madera, por la que enroscaba los largos y añosos tentáculos una parra cubierta de pámpanos en verano. De la pequeña techumbre extendida por debajo de la galería y la parte alta de los muros, todo envuelto a la caída de la tarde en misteriosa semipenumbra, confusamente se destacaba un abigarrado amontonamiento de mortajas, muletas, largas trenzas de pelo, reproducciones en cera de pequeñas cabezas, brazos y piernas humanas, estampas con inscripciones en hechos y nombres que invitaban al sorprendido visitante a la evocación y el recogimiento. Pero distrae de tal propósito el entrar y salir de gentes que iban a saciar su sed con la milagrosa agua de aquel ‘pocito’ […]. En lo alto de la pared frontera de la puerta de ingreso nos atraía un lienzo con la efigie de cuerpo entero del santo, alumbrada constantemente por cirios colocados en candeleros de bronce sobre estante cubierto de blanca toalla. Debajo, los pequeños grifos, y junto a ellos, los vasos de bronce, recubiertos interiormente de estaño, sujetos a la pared con ligeras cadenillas, y más por debajo, la gran pila de buscarro. Delante, y a cierta distancia, un largo y robusto banco de madera para descanso o la oración, y en él clavado, un discreto cajoncito, con pequeño orificio superior, para recoger la pequeña ‘almoina’ del visitante. Semejante aspecto del ‘pocito’ todavía lo hemos visto pintar a Joaquín Sorolla [1863-1923] en apuntes, que luego pasaron a sus lienzos inmortales».

En el pleno del Ayuntamiento de la ciudad celebrado el 11 de enero de 1915 se acordó por unanimidad entregar la Capellanía de la Casa Natalicia a los Dominicos, presentes en la ciudad desde 1891 dada la interrupción debida a la desamortización eclesiástica de 1837. Tomaron posesión de ella el posterior 1 de marzo, haciéndose algunas necesarias reformas. Hasta la actualidad estos religiosos están a cargo de ella.

En 1936 la Casa Natalicia fue primeramente desmantelada y después sirvió como almacén de materiales para la construcción. A partir de 1939 se pensó en su restauración, pero cuando se iniciaron las obras se vio que el estado del edificio era peor de lo que se había pensado porque especialmente los muros de tierra y mortero de cal presentaban muy escasa solidez. Se tuvo que derribar lo que amenazaba ruina, que era la mayor parte, y se proyectó la reconstrucción en un terreno algo más amplio del hasta entonces existente gracias a la adquisición de dos casas contiguas. El proyecto del Arquitecto municipal Vicente Valls Gadea quedó aprobado en el pleno del Ayuntamiento celebrado el 13 de noviembre de 1945. El nuevo edificio, hasta hoy existente, fue habitado y abierto al público en enero del año 1950, en que se celebró el VI Centenario del nacimiento del santo.

Esta Casa Natalicia sufrió, como el resto de la ciudad, la riada del 14 de octubre de 1957, alcanzando en ella una altura de casi tres metros, teniendo efectos devastadores y gracias a múltiples ayudas pudo ir recuperándose.

A principios de febrero del año siguiente, en Madrid se realizó una gran Exposición de Arte en favor de los damnificados y un grupo de valencianos residentes en aquella ciudad organizaron una suscripción popular por la que se adquirió para donarlo a los Dominicos un hermoso cuadro de grandes dimensiones que había pintado el artista Fernando Álvarez de Sotomayor en acción de gracias al santo valenciano por un favor recibido. Dicho cuadro lo representa predicando rodeado de un nutrido grupo de oyentes y fue entregado el 3 de diciembre de aquel mismo año, destinándosele a la Casa Natalicia, en la cual se encuentra en la actualidad.

Alfonso ESPONERA CERDÁN, OP. – Director del Centro de Estudios sobre San Vicente Ferrer.

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