BIOGRAFÍA POPULAR

SAN VICENTE FERRER O.P., MUCHO MÁS QUE UN ÁNGEL DEL APOCALIPSIS

POR ALFONSO ESPONERA CERDÁN, OP.

Cuando Vicente Ferrer Miquel vio la luz en Valencia en enero de 1350, en la Corona de Aragón convivían cristianos, judíos y musulmanes con la riqueza de sus credos, pero también se daban luchas por los protagonismos sociales, marginadores de los sectores populares depauperados. La ciudad acababa de sufrir -junto con buena parte del resto de Europa- una espantosa epidemia que conocemos como la «Peste Negra». La situación es fácil de imaginar, los cronistas señalan que más de trescientas personas morían cada día.

Primeros años

Pedro Ranzano, su primer biógrafo, intentará mostrar que su fue un auténtico fraile dominico y por ello el modelo prototípico del fundador de estos -santo Domingo de Guzmán (h.1173-1221)- está ya presente tanto en el relato de su nacimiento como de su niñez.

Pero lo cierto es que pertenecía a una familia relativamente acomodada pues según la tradición su padre era notario, lo que -además de brindarle unos prestigiosos padrinos de Bautismo escogidos entre los ciudadanos- posibilitó que a partir de 1357 gozase de un beneficio eclesiástico así como que iniciase estudios de latinidad en alguna de las escuelas existentes entonces en la ciudad. Un día llamó a las puertas del cercano Real Convento de Frailes Predicadores. A principios de febrero de 1367 tomó el hábito, renunciando por ello al señalado beneficio.

Sus cualidades intelectuales sobresalían y una vez hecho el año de noviciado y emitidos sus votos como religioso, a partir de 1368 hasta 1375 sus Superiores lo mandan en calidad de estudiante a Barcelona. Después será alumno y profesor de Lógica en Lérida -en dicha ciudad estaba el Estudio General de la Corona de Aragón y en ella coincidió con su prestigioso catedrático de Leyes Pedro de Luna- y enseñará Ciencias de la Naturaleza en Barcelona, prolongando sus estudios teológicos de especialización en Toulouse, en la actual Francia.

En este tiempo ya sobresale su amor a la Biblia y sus conocimientos de hebreo, la impronta de la doctrina de su hermano de Orden santo Tomás de Aquino (h.1224-74) y la fuerza de su formación filosófica reflejada en sus dos tratados filosóficos, escritos a los 22 años, y en los que desde los postulados de la filosofía aristotélico-tomista responde a algunas afirmaciones del imperante nominalismo.

Hay que señalar también el encuentro providencial con el dominico Tomás Carnicer en Lérida que le aficionó más a las cosas espirituales. Vicente Ferrer tenía ya una fuerte personalidad que irradiaba simpatía y atracción, aunque su posterior vida en Barcelona esté revestida de tintes milagrosos, como su profecía sobre la inminente llegada de unas naves cargadas de trigo en unos momentos de extrema necesidad para la ciudad.

En el Cisma de Occidente

Vicente vivió este Cisma con intensidad. En marzo de 1378 al morir Gregorio XI se eligió al italiano Arzobispo de Bari, que tomó el nombre de Urbano VI. Tumultos, presiones,… llevaron a hablar de falta de libertad en la elección. La huida de los cardenales franceses, unida a la ausencia de uno de los electores, y el adherirse a la causa el cardenal español Pedro de Luna, llevó consigo a que en el agosto posterior un grupo proclamase nula la elección realizada y eligieran a Clemente VII. La Cristiandad quedó divida en dos sectores, más o menos amplios, según sus reyes, canonistas y universidades: el de la obediencia aviñonense y el de la romana.

¿Cuál tomó la Corona de Aragón? Se habla de la “indiferencia” del rey Pedro IV el Ceremonioso, pero su hijo -el príncipe Juan- se adhirió desde el principio a Clemente VII. Por su parte, Vicente Ferrer se había entrevistado en Barcelona con el ya mencionado Pedro de Luna y éste le delegó para que interviniera en Valencia. Ya en su ciudad natal fue elegido Prior de su Convento, pero sus actividades a favor de la obediencia aviñonense fueron tales, que las autoridades ciudadanas escribieron al rey denunciándolas.

No conocemos la respuesta del monarca, pero para Vicente fueron los primeros sinsabores por el Cisma. Sinsabores que lo llevarán a renunciar al único cargo que tuvo en su Orden. Además nos dejó un Tratado sobre el Cisma Moderno, que hay que fechar en 1380, en el que aduce razones teológicas y del Derecho Canónico vigente acerca de que el Papa legítimo era el de la línea aviñonense.

En la vida de san Vicente existen ciertas lagunas que no nos permiten conocerla con exactitud, como por ejemplo sus intervenciones en la posterior legación de Pedro de Luna ante las diversas Coronas de la Península Ibérica. Pero sí que le encontramos en Valencia: interviniendo como árbitro en una sentencia entre los religiosos y el resto del clero, transcrita por su mismo padre; predicando una de las Cuaresmas en la ciudad y otra en Segorbe; o dedicado a la enseñanza, pues fue nombrado profesor de Teología en la Seu valenciana (1385-90).

Elegido en 1394 Papa Pedro de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII, le llamó a su lado y le nombró su confesor y teólogo. También se le ofrecieron dignidades cardenalicias y obispados que rechazó; sufría interiormente la división de la Iglesia. Al sufrimiento interior se añadió la enfermedad y la muerte que parecía avecinarse. En esta grave enfermedad -concretamente el 3 de octubre de 1398- es de capital importancia, pues una visión sobrenatural cambiará el rumbo de su vida: se dedicaría a la predicación itinerante.

Después de vencer ciertas resistencias del mismo Papa para que no se ausentara, a partir del 22 de noviembre de 1399 se consagró de lleno a la señalada predicación como Legado a Latere Christi, como Apóstol de Cristo, recorriendo -siempre a pie, hasta que lo permitió su salud- buen parte de aquella Europa occidental: norte de Italia, Suiza, sur de Francia, Cataluña, Castilla, Valencia, Aragón, Mallorca, etc.

Vicente como predicador insistirá en la renovación y conversión interior, en la reforma de las instituciones y en la unidad de la Iglesia. Su intervención en el Compromiso de Caspe en 1412, los frecuentes encuentros con el Rey Fernando, el Papa Benedicto XIII y, posteriormente, con el Emperador Segismundo, hablan de su preocupación por la unión de la Iglesia. El6 de enero de 1416, el Maestro Vicente Ferrer en Perpignan será el encargado de leer la sustracción de la obediencia de la Corona de Aragón al Papa de Avignon. El año siguiente se elegirá a Martín V y será reconocido como único Papa por toda la Cristiandad.

Vicente nunca quiso revelar el secreto de su cambio personal ante el Cisma, la clave de su evolución que generó su distanciamiento de Benedicto XIII. Supo cumplir heroicamente con su deber de conciencia y su serenidad y actitud tranquilizaron a muchos.

El escrito vicentino que más ediciones e influencia ha tenido a lo largo de los siglos también es de esta época: su Tratado de la vida espiritual. Posiblemente redactado hacia 1407 como respuesta a las preguntas formuladas por un novicio que quería caminar y progresar en la espiritualidad encarnando el ideal de la predicación vivido según el estilo evangélico en la escuela de santo Domingo de Guzmán. En él, Vicente no sólo muestra el conocimiento de los autores espirituales más prestigiosos en aquel momento, sino que además deja entrever su vivencia de dominico observante. Está vertebrado por ideas tales como una referencia permanente a su santo Patriarca, la valoración de la pobreza y de la austeridad, destacando la obediencia y el amor al estudio conjugado con la oración. Todo ello al servicio de una única misión: la de ser útil al prójimo gracias a la predicación del Evangelio.

En el Compromiso de Caspe

Este es un hecho de capital importancia para la sociedad hispana del momento. El 31 de mayo de 1410 había muerto sin sucesión Martín el Humano, hasta entonces Rey de la Corona de Aragón. Después de multitud de encuentros por parte de las legaciones catalanas, valencianas y aragonesas se llegó a principios de 1412 a la elección de nueve compromisarios para la designación del nuevo Rey –en su gran mayoría de la línea del Papa Luna- y uno de ellos fue nuestro dominico.

Descartados los demás pretendientes, la elección se polarizó en Fernando de Antequera y en Jaime de Urgell, teniéndose muy en cuenta sus preocupaciones por la pacificación de las tierras de la Corona así como por la unión de la divida Iglesia.

En la mañana del 29 de junio de aquel 1412 se celebró un solemne pontifical presidido por el Obispo de Huesca. El Maestro Vicente Ferrer fue elegido para comunicar que la elección había recaído en el de Antequera. En su sermón explicó la justicia que había inspirado tal decisión e insistió en la importancia de la fe en las gestiones temporales y en el gobierno de los pueblos. Al leerlo ahora, se recuerdan las palabras que en 1396 él mismo dirigió al rey Martín que había sucedido a su hermano Juan al frente de la Corona. En aquella ocasión apeló a su conciencia para reparar la injusticia cometida por el anterior rey Pedro con los canónigos de Tarragona. Y es que siempre insistió -sin temor y ante quien fuera- en los deberes y obligaciones de todo buen gobernante.

Es evidente que la sentencia no podía agradar a todos. Y menos al conde de Urgell. Sus biografías contarán, aunque quizá no sea del todo verídico, el encuentro del Maestro Vicente y Jaime de Urgell, y cómo éste le tildó de «hipócrita maldito» y cómo el Maestro le puso de manifiesto los secretos de su poco ejemplar vida; e inclusive el intento fallido de asesinarle por parte de sus partidarios en los caminos de Lérida.

Su actitud ante las minorías religiosas

Toda su vida tuvo continuos contactos con el mundo judío y musulmán. Vicente Ferrer quería la salvación de los hombres y que su mensaje llegase a toda clase de gentes. Algunos hechos van a ser motivo a que se ponga en entredicho su figura al presentársele o bien como causante de algo que nunca realizó, o bien como promotor de un ambiente hostil a las minorías religiosas musulmanas o judías. Así, por ejemplo, unos lo han querido ver como impulsor de la revuelta de Valencia de 1391 que generó la matanza de los judíos y la conversión precipitada de muchos; mientras que otros, por el contrario, lo presentan como el gran pacificador de la misma. Lo cierto es que se encontraba ausente de la ciudad y que siempre rechazó enérgicamente todo atropello o lucha sangrienta con dichas minorías.

Pero ello no debe hacer olvidar la actuación del Maestro Vicente y las conversiones realizadas gracias a su predicación. Sin entrar en su número, pues fluctúa bastante según las fuentes, sí hay que destacar que entre ellos fueron convertidos importantes rabinos.

Tampoco puede negarse que, siguiendo su parecer, algunas poblaciones tomaron acuerdos habituales en aquel tiempo, como por ejemplo exigir a los judíos en las ciudades un lugar separado de los cristianos y otras medidas segregacionistas. En el caso de los conversos se buscaba salvaguardar su fe. Su conciudadano, el franciscano Francesc Eiximenis, también era partidario de ello. También la actitud de san Vicente es muy similar a la de otros muchos de sus contemporáneos al ser partidario de la predicación persuasiva a los judíos y sarracenos, eso sí con asistencia obligatoria por su parte.

En esta predicación vicentina se hará patente su manejo del hebreo y sobre todo el conocimiento de la Escritura junto con la Tradición. Su técnica oratoria, llevado siempre por el lenguaje directo y la expresión más familiar y popular, conllevó expresiones duras. Expresiones no tanto de rechazo de los judíos como para la prevención de los cristianos, quienes a su vez también causaban atropellos que él condenó y que exigieron medidas enérgicas por parte de las autoridades.

Finalmente está su vinculación con la Disputa de Tortosa de 1413, promovida por el entonces ya Papa Pedro de Luna en su afán por atraer más adhesiones por su política con los judíos. No intervino directamente en su desarrollo, cuya representación por el campo cristiano la llevó principalmente el converso Jerónimo de santa Fe, discípulo suyo. Quizá intervino por unos pocos días en la predicación popular que se hacía paralelamente, así como probablemente en la posterior redacción de una obra titulada Tratado contra los judíos. Obra que está en la línea de controversia-diálogo, según la mentalidad cristiana hebraísta y arabista del siglo XIII. La fe no se impone, debe darse persuasión, pero a través del estudio directo de las fuentes empleadas y por tanto del conocimiento de la doctrina de aquellos con quienes se dialoga. Así es como puede hablarse de persuasión eficaz y sólo así puede darse un clima de acogida favorable al mensaje que se predica.

Además desarrolló un trato peculiar con los convertidos, encomendando su formación y educación cristiana a personas seleccionadas, o preocupándose, como en el caso del converso musulmán Atmez Hannexa, que tomó el nombre de Vicente cuando se bautizó, de que él y su familia tuvieran una pensión para su socorro y sustento y pudiera prepararse adecuadamente para poder predicar la fe cristiana entre musulmanes y cristianos.

El Maestro Vicente Ferrer, predicador

Las multitudes que venían a escuchar sus sermones no lo hacían simplemente por oír al predicador de moda, sino que eran atraídas por su vida entregada de lleno a la causa de la predicación del Evangelio.

En su ya mencionado Tratado de la vida espiritual ha dejado reflejada su autenticidad de apóstol y de apóstol dominico. Autenticidad que fue madurando y fraguando a través de una rigurosa ascesis y una experiencia personal de Dios. Los testigos de su Proceso de Canonización señalan estos aspectos de su integridad vital. Ello hizo que su palabra cobrase fuerza y fuera foco de atracción permanente, convirtiéndole en el deseado de las ciudades, que a través de sus enviados gestionaban su presencia. Predicó «la verdad evangélica» y de su predicación se seguía una reforma bienhechora de la «cosa pública».

Lo hiciera donde lo hiciese acudían multitud de gentes a escuchar su mensaje, dispuestas a comenzar una vida nueva. Le seguían clérigos, religiosos y laicos, que formaban una Compañía, o familia espiritual, como ocurría con otros predicadores populares de la época. Sobre su modo de predicar escribía el Rector de la Universidad de París, Nicolás de Clemanges, desde la ciudad de Génova en 1405: “Nadie mejor que él sabe la Biblia de memoria, ni la entiende mejor, ni la cita más a propósito. Su palabra es tan viva y tan penetrante, que inflama, como una tea encendida, los corazones más fríos […] Para hacerse comprender mejor se sirve de metáforas numerosas y admirables, que ponen las cosas a la vista […] ¡Oh si todos los que ejercen el oficio de predicador, a imitación de este santo hombre, siguieran la institución apostólica dada por Cristo a sus Apóstoles y a los sucesores! Pero, fuera de éste, no he encontrado uno sólo”.

Por otra parte, conocía y utilizaba técnicas de la oratoria sagrada de su época como buen predicador que era. Con un lenguaje vivo, popular, rico en ejemplos, dichos y parábolas, de intensidad persuasiva y plasticidad, obtuvo un extraordinario éxito entre sus coetáneos. El Maestro insistía en la reforma de las costumbres, la práctica sacramental, la austeridad, la oración y la pacificación entre las personas, familias y bandos como preparación ante la imprevisible muerte de cada uno o del fin del mundo, en el que el Señor emitirá un juicio favorable para quienes hayan colaborado en la gestación de un mundo diferente, donde las espadas se hayan convertido en arados.

Además, poseía una sólida formación intelectual, teológica y litúrgica, así como buenos conocimientos de las vidas de los santos. Y, sobre todo, sabía llegar a la vida cotidiana de las gentes. Esos hombres de finales del siglo XIV y principios del XV que estaban envueltos en la ignorancia, en el juego, en el abuso de autoridad, en infidelidades y veleidades, en atropellos de la justicia y bandos enfrentados.

Vicente Ferrer, hombre de su tiempo

El Maestro –como cualquier ser humano- fue hijo de su tiempo; más aún, vivió inmerso en él. Así por ejemplo -siendo paradigmático de lo que ocurrió en otros lugares- en los Manuals de Consells de la ciudad de Valencia van apareciendo acuerdos tomados siguiendo sus indicaciones a las consultas que se le dirigieron. Así, en 1390, a instancias suyas, se determinó una cantidad de dinero para las prostitutas que iban a casarse con el fin de que no recayesen en el pecado. En 1410 se tomaron una serie de leyes sobre los juegos y otros aspectos de la vida social; tres años después, estando en Alzira, le pidieron que predicase contra aquellos que almacenaban el grano de trigo u otros cereales, que escaseaban en la ciudad; o las peticiones reiteradas para que acudiese a Valencia a poner paz entre los Centelles y Vilaraguts, dos bandos enfrentados y que llevaban años ocasionando muertes. También en 1410 fue el promotor de los acuerdos entre el Obispo y la ciudad para la creación de un Estudio General, que si bien tuvo corta vida, es uno de los importantes precedentes de la muy posterior Universidad. Además apoyó la urgente creación de unas instituciones que aliviaran marginaciones ciudadanas, tal es el caso del Colegio de Niños Huérfanos, todavía hoy existente.

Y es que la encarnación y transmisión de la Palabra de Dios exigía urgente cambio radical de costumbres en el clero, religiosos y demás cristianos. Por eso puede afirmarse que el Maestro Vicente era «predicador de penitencia y reforma». El Maestro fue un fustigador de los vicios e injusticias sociales existentes, en ocasiones con características de verdadero profeta apocalíptico respecto a la inminencia del fin del mundo.

Se ha dicho que fue el «Ángel del Apocalipsis», pues su predicación fue una permanente mención del Juicio Final. Ello en las tierras hispanas es la base y alimento de su representación iconográfica más usual: hombre ya de cierta edad, vestido con el hábito y capa blanquinegros dominicanos, con el cerquillo de religioso observante, levantando el brazo derecho y con un dedo extendido señalando la inminente llegada del Juicio Final –cuando es más bien la actitud de dominicana predicación y bendición- y con una filacteria que pone Timete Deum et date illi honorem… (o sea, Temed a Dios y dadle gloria…), frase de uno de los ángeles del libro del Apocalipsis (14,7); en su mano izquierda a veces sostiene un libro que sería la Biblia. Otros atributos que en ocasiones también aparecen son: unas mitras y capelo en el suelo, símbolos de los obispados y del cardenalato rechazados, y otros vinculados con su predicación (la llama sobre la frente, la trompeta del Juicio, unas alas como Ángel del Apocalipsis, etc.).

Efectivamente predicó de dicho Juicio, aunque es pequeño el porcentaje de sus sermones –los conocidos hoy son algo más de novecientos- que hablan de este Juicio sin más. Sin olvidar que lo hizo en muchas ocasiones, como él mismo lo manifiesta, a petición del auditorio. Además, ¿no forma parte de los contenidos de la fe cristiana ortodoxa, siendo una costumbre en boga ya en el siglo XIII y que después por los múltiples acontecimientos ocurridos se había actualizado?

Hemos aludido a sus sermones. Dichas piezas –que nos han llegado en su lengua vernácula o en latín- nos muestran otro aspecto de su magisterio. Fue un predicador fundamentado en las Sagradas Escrituras y la Tradición; predicación abundante y rica sobre todo en contenidos dogmáticos fundamentales (sobre Jesucristo, la Virgen María, la unidad de la Iglesia, etc.) y morales (reforma de costumbres y otros aspectos sociales). Pero también un hombre de Iglesia abierto al mundo intelectual. Su mente imaginativa y viva, amó la lógica y buscó siempre el razonamiento y la síntesis. Su espíritu fue libre, con la libertad de aquellos que a ningún poderoso de la tierra se esclavizan y hablan como hijos de Dios. Buscó e invitó a buscar la santidad por los caminos del equilibrio humano y cristiano, huyendo de estridencias que sólo llevan al cansancio y al desaliento.

Con frecuencia sus sermones eran tomados por escrito y después se hacían copias, de las que se conservan numerosas muestras en archivos y bibliotecas de Europa, que hoy se están editando.

Una tradición recogida en las actas de su Proceso de Canonización, divulgada por sus primeros grandes biógrafos y magnificada por algunas hagiografías posteriores, ha sostenido que siempre empleó su lengua materna, aun cuando estuviera en países de lengua no románica, y que era entendido por todos.

Para una más exacta valoración del hecho, hay que tener en cuenta su formación clerical en latín y que -como ya se ha indicado- estudió en Barcelona, Lérida y Toulouse, así como que a lo largo de su vida entró en contacto con personas de otras lenguas. Años y años de contactos y experiencias lingüísticas que no debieron pasar en vano y así parecería ser que el Maestro Vicente dominaba con más o menos facilidad las lenguas románicas de los países donde predicó y que evidentemente se adaptó lingüísticamente a sus auditorios. También es probable que, en determinados contextos lingüísticos, usase esporádicamente la lengua de los miembros que integraban su Compañía en cuanto eran sus oyentes en ese momento.

Respecto a la atribución del don de lenguas que constatan algunas declaraciones de su Proceso -pero contradicha en otras e ignorada por la documentación coetánea- puede explicarse desde la sociolingüística diacrónica, o sea de sus cambios a través del tiempo. Por otro lado, la sugestión colectiva, la inducción institucional y la ausencia de nacionalismo lingüístico son algunas de las claves básicas para entenderla. Sin dejar de lado, la similitud de las lenguas romances, no tan diferenciadas como ahora, y la enorme cantidad de gestos y otros recursos de comunicación no verbal que empleaba.

Últimos años del Maestro Vicente Ferrer

Le pidieron con insistencia que asistiera al Concilio de Constanza, pero él siempre se excuso señalando que se sentía urgido de manera irresistible a la evangelización de los hombres de su tiempo. Y así continuó predicando por tierras francesas, evitando las zonas afectadas por la Guerra de los Cien Años -que se había iniciado en 1339- y recorriendo las que eran más directamente controladas por París.

Un testigo de aquellas predicaciones dirá que el Maestro era viejo, débil y pálido; pero después de decir la Misa y cuando predicaba parecía joven, en buen estado de salud, ágil y lleno de vida. Después de estar por el Mediodía francés, se internó en la Auvernia, pasando luego a la Bretaña, donde transcurrirán los últimos meses de su vida. Falleció en Vannes el 5 de abril de 1419. Su sepulcro se halla en la catedral de dicha ciudad.

Diversas autoridades eclesiásticas y civiles pidieron a la Curia Romana que se iniciase su Proceso de Canonización. Pero el Papa Martín V no lo llevó adelante porque estaba preocupado por otras cuestiones, si bien no deben desdeñarse los recelos que podían todavía levantar su identificación con la “obediencia” de Avignon en el pasado Cisma e incluso su un poco radicalizada Compañía de seguidores, transmisora de algunos de sus sermones, sin olvidar la aventuras italianas de Alfonso V.

Será el Papa Nicolás V quien en 1453 encargó que se investigasen la vida y los milagros del predicador. Durante dos años se realizaron entrevistas a Obispos, Abades, frailes y gente común, habiendo llegado hasta nosotros casi cuatrocientas declaraciones recogidas en Nápoles, Avignon, Toulouse y en la región de Vannes. Corresponderá al Papa Calixto III, valenciano, recibir las actas de estas investigaciones y quien anunciará la Canonización del Maestro Vicente Ferrer para el día 29 de junio del 1455. La correspondiente bula la despachará su sucesor, Pío II, con fecha del 1 de octubre de 1458.

 
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