Las representaciones de los milacres, que se realizan durante las fiestas patronales de San Vicente Ferrer, son interpretadas únicamente por niños y niñas, vestidos con ropas de época, y tienen como texto piececillas cuyo núcleo argumental está relacionado con algún milagro atribuido al santo. Los milagros, tal como ahora los vemos, son auténtico teatro, tanto por su estructura literaria como por su desarrollo como espectáculo. Quedan relacionados con aquellas actividades teatrales o parateatrales que se han tomado como antecedentes del teatro infantil en Europa. Pero mientras las citadas manifestaciones pre-dramáticas han desaparecido ya, o tan solo en raros casos perduran bajo las formas originales, los milagros son un hecho cultural vivo con arraigo popular, dentro del panorama del teatro infantil español y del teatro en general, tanto por su pervivencia como por el número de piezas.
Los textos, como mensaje didáctico-apologético, no son tan ingenuos ideológicamente como podría parecer, ni los textos secundarios son tan simples de planteamiento dramático como cabría desprender de su elenco infantil. Otro aliciente especial dimana de su naturaleza enteramente popular, dependiendo exclusivamente de agrupaciones de vecinos. El carácter netamente popular de estas asociaciones les ha restado información escrita acerca del contenido primigenio de muchas de sus manifestaciones. En cambio, esta circunstancia ha favorecido las tradiciones orales sobre los milacres, transmitidas ininterrumpidamente desde los inicios hasta nuestros días. La temática de los milacres de Sant Vicent Ferrer son siempre los milagros obrados por el santo dominico, además de las acciones políticas del santo, como la pacificación de las luchas civiles, como son los casos de conflictos entre ciudades o poblaciones o entre familias. En algunos es el mediador decisivo en el Compromiso de Caspe o el amigo con capacidad para resolver todos los problemas. Incluso existen milagros con tema melodramático y hasta truculento, o con elementos folklóricos, siendo estos temas bastante reproducidos.
Entorno al hecho milagroso, y sobre todo precediéndolo, se teje una trama más o menos cómica, con aportaciones costumbristas y elementos de suave crítica. La puesta en escena del pasaje que narra el texto exige la presencia de personajes secundarios no directamente implicados en la anécdota nuclear del milagro, pero necesarios para el desarrollo dramático del conjunto. Su carácter infantil está avalado por la ingenuidad de los textos y de los planteamientos dramáticos, así como por su interpretación siempre y exclusivamente a cargo de niños. Anteriormente, la interpretación corría únicamente a cargo de los huérfanos acogidos en el Colegio Imperial de los Niños de San Vicente Ferrer, que acudían a los distintos altares a desempeñar su misión, pero el carácter popular de la fiesta y su gran vitalidad hizo que fuesen los muchachos de cada uno de los barrios en donde se levantaba el altar los que se encargasen de la representación del milacre escrito o elegido para ellos.
La característica sencillez escenográfica de los milagros tiene su correspondencia en la simplicidad estructural de la mayoría de estas piezas, en las que era bastante habitual la existencia de un inicio en forma de introito a cargo de algunos de los personajes de la obra en forma monologal, con un contenido capaz de situar al espectador en la época, el lugar y las circunstancias en las que se iba a desarrollar la acción, o enriquecido con alusiones a temas de actualidad o con notas satíricas.
Inicialmente, la explicación o introducción se limitaba a justificar la representación del milacre, pero en textos más tardíos esta parte introductoria sirve para explicar el argumento y hace referencia a la historicidad del hecho que luego se dramatiza. Los primeros textos de milagros, como sucede con el anónimo de 1822, antes citado, que relata el milagro de la fuente de Llíria, presentan dos palabras clave: explicación y razonamiento (explicació y raonament). En la edición de 1847, lo que en la primera edición (1822) del citado texto se califica de explicación, en la segunda figura como argumento. Incluso posteriormente hacen constar, antes del desarrollo dramático, el texto en que se inspiran, con expresión de obra, autor y página, en un prefacio que algunos de ellos llaman argumento, y otros justificación histórica.
Bastante a menudo se prescinde de este tipo de prólogo y se opta por introducir directamente el nudo de la acción o escenas secundarias de cariz cómico. Asimismo, existen ejemplos de originalidad en la presentación, como es la aparición de un personaje que representa al autor de la obra y que interpreta un monólogo de introducción. En ocasiones este personaje puede cerrar la representación con un último monólogo en forma de epílogo. A medida que se complica la acción dramática se introducen elementos y situaciones ajenos al hecho central del milagro y se llega a introducir incluso dos milagros.
El milacre vicentino incorporara la figura del fraile motiló o hermano lego que acompaña a San Vicente Ferrer y que tiene unas características en todo contrarias a este, como hombre poco sufrido, glotón y materialista, en contraste con la espiritualidad del personaje central. Verdaderamente el motiló es, sin duda, el más popular, aparte del santo, de todos los personajes, y constituye una prueba inequívoca del barroquismo de los milagros, cuyas raíces las podemos encontrar en la figura del bobo o gracioso heredado del teatro barroco y presente en el teatro castellano del Siglo de Oro, o, más exactamente, en la del gracioso de las comedias de santos, donde acostumbra ser un miembro de la misma orden del santo.
Los personajes femeninos, por la circunstancia de correr la representación a cargo de varones, aparecían poco y un tanto desdibujados, aunque no siempre sucedió así en el pasado, a juzgar por el testimonio de los bultos de San Esteban. En efecto, aunque en los misterios del Corpus, siguiendo el ejemplo del teatro religioso medieval, no intervenían mujeres, en el caso de los milagros la presencia femenina parece asegurada. No sería nada sorprendente la presencia de niñas desde los tiempos más remotos, habida cuenta de que en el Colegio Imperial de Huérfanos de San Vicente Ferrer se acogen indistintamente infantes de ambos sexos; y en lo que conocemos más directamente del siglo XIX, entre los niños intérpretes, cuando el papel lo requiere, entran también las niñas.
Una de las claves de la vitalidad de los milagros es la correcta selección y preparación de los actores que ha venido dándose a través de los tiempos.
Hay constancia de textos en lengua valenciana y otros en castellana. Inicialmente estas piezas fueron escritas en castellano, si bien desde 1801 ya predomina la lengua valenciana y las encontramos casi totalmente en valenciano desde 1822. Hay también obras bilingües, ya que era una costumbre de la época mezclar ambas lenguas en la obra.
Con independencia de que los milagros de San Vicente Ferrer se han representado y se siguen escenificando ocasionalmente en templos, teatros y plazas, es consustancial con su naturaleza costumbrista su representación en los altares que secularmente se vienen erigiendo en los barrios de la ciudad de Valencia y en otras poblaciones de la Comunitat Valenciana.
Desde el comienzo de la escenificación de los milagros, en aquellos primeros escenarios callejeros, se configura la asociación de un tablado escenográfico simple con un elemento vertical expositivo y ornamental donde se sitúa la imagen presidencial de San Vicente Ferrer. Las condiciones técnicas de los altares-escenario (altars o cadafals) son desde el principio bien simples y elementales estructuralmente, carecen de techado y tienen como fondo o espalda un retablo, clásicamente de estilo academicista o neogótico, que puede incluir lienzos u otros elementos de cierta antigüedad y valor, y que están presididos por la imagen titular del santo. En realidad, el nombre valenciano que se aplicaba era el de cadafal o carafal.
Estos altares vicentinos han experimentado notables y sucesivas transformaciones hasta llegar a su forma actual. Corrientemente se levantan adosados a los muros de un templo o un templete, en lugares tradicionalmente elegidos en el corazón del barrio o en la plaza de la iglesia parroquial de la población, quedan exentos por el frente y ambos lados, y se dotan de pequeñas escaleritas de acceso desde el nivel de la calle. Como fondo, un conjunto ornamental en forma de tapiz de telas y adornos o un retablo hecho de madera, o bien confeccionado de manera mixta con ambos materiales. En su centro y en alto, como sucede en la actualidad, sobre una ménsula central alta o en el interior de una pequeña hornacina, se sitúa la imagen del santo para que presida los festejos vicentinos callejeros, tanto los de carácter litúrgico como los de naturaleza lúdica y profana que se desarrollarán en el barrio, nacidos, al igual que antaño, como apéndice de los estrictamente religiosos, propios de la celebración vicentina. No faltan en el tapiz o retablo de fondo dos aberturas para la entrada y salida de los niños del elenco teatral. El estilo decorativo de los altares está restringido a seis tipologías que responden al de montaje efímero y ya nombrado como de florero, al neogótico, al neobarroco, al academicista, al modernista y al vernacular.
Los seis tipos se vienen repitiendo a lo largo del periodo de los ciento sesenta años que permiten estudiar los grabados y las imágenes fotográficas de las que se dispone. Los altares vicentinos de los barrios de la capital y del resto de poblaciones donde se representan los milacres, se desmontan al acabar las fiestas y son guardados durante todo el año, a excepción de los días en que se celebran las fiestas vicentinas.